martes, 27 de diciembre de 2011

Gozo


Hay un gozo secreto en los impulsos

una sensación poco duradera, de felicidad escasa,
de amargura consistente, de posible arrepentimiento... 
una sensación de vacío.

Un vacío atractivo que nos agrada a ratos y nos llama por doquier. Un vacío de fina estampa, de sombrero de copa y capa negra, de zapatos lustrados y cabellera espesa. Nos endulza su sabor agridulce, ese refinado sabor que tiene la aventura descabellada que se pierde en nuestro paladar tan pronto como consigue una alegría estable. Se sumerge en nuestros pensamientos, se va con los sueños y regresa a la mañana siguiente con ánimos de más.

-¿Qué quieres?
-Quiero algo real.

Y así comienza todo. Un gozo secreto. Un impulso que tiene que venir del estómago para que sea sincero y perfecto. El corazón es muy frágil, la mente muy burocrática. Es el estómago, el estómago, la garganta acongojada y el semblante sonrojado.

Las experiencias son infinitas estrellas del universo extendido en la palma de nuestras manos. Son muchas vidas las que comienzan, las que parten, las que se olvidan, las que regresan. El impulso tiene una fuerza creadora y destructiva, que espanta y origina, que viene y se devuelve, que canta y ensordece.

El impulso.

¡Ese gozo secreto de ser quien quieres ser y olvidar quien eres!

-¿Qué buscas?

-Busco algo real.

Se separan los párpados, se secan las pestañas, se reducen las pupilas. Queda un punto brillante, ese punto brillante que es tan sagaz e irracional. Que me nutre de esperanzas, de ilusiones, de alimento para los sentimientos muertos.

¡Pero qué estoy diciendo! ¡Yo quiero algo real! ¡Algo real!

Estoy buscando en el salón equivocado. En la inexistencia, en el segundo, en el placer pagano de la mentira.

-Ya regreso.

-¿A dónde vas?

-A buscar algo real.

viernes, 23 de diciembre de 2011

El gobernante

Déjame decirte
que entre tanta majestad
se te va el sueño.

decirte nada


Al futurible 

No hay un impulso seguro,
nunca.
Hay historias que se construyen sin saber que nacen para sentir el frío recuerdo en la muerte.
La caída.
La huida, el momento en el que uno de los dialogantes decide que hasta ahora no tiene nada que decir. Y entonces, nos quedamos sin historia que contar, sin papelillos, sin soles, sin montañas.
Queda el vago minuto en el que alguna vez se sintió un pellizco de irrealidad.


martes, 29 de noviembre de 2011

Casería de espíritus



Las ventanas. Algunos dicen que los ojos son ventanas, otros hablan de pórticos a dimensiones desconocidas, y unos pocos pintan a sus damas más amadas en los balcones solitarios de las tardes madrileñas.

Yo veo mujeres ancianas que fuman sin descanso, ventiladores ondeando el calor tropical, niños saltando en las camas sin permiso de sus padres, televisores sin espectadores aturdiendo las salas. Luces encendidas, cocinas sucias como si estuvieran bañadas en cenizas de carbón, cartones y corotos sin motivo en las rendijas podridas, techos caídos sin cuidado de sus dueños, viejas y gatos abandonadas por sus hijos en el extranjero. Sillas de madera podridas como de un museo sin dueño, bicicletas de niños que superaron su pubertad, bibliotecas interesantes que rezan historias escondidas, cuadros de mentira como los de las fotografías de las casas venezolanas en los años 60.

Las ventanas de mi ciudad, ahora mal decoradas con luces, bambalinas y más luces, dicen tanto de vidas y personajes, de cuentos, de cachivaches. Las ventanas de los edificios al pie de la autopista, en Montalbán, en El Paraíso, en La Candelaria, son un caleidoscopio de vidas minúsculas.

Vidas, memoria, aserrín, cuentos de abuela… que ahora se escapan por las ventanas en las noches más calurosas. Y yo los atrapo con gozo en la mirada cansada de quien se va de casería. Casería de espíritus.

sábado, 26 de noviembre de 2011

cantos opacos

Hace mucho que miro mi ciudad. La miro, por los puentes, por las luces, por la ventanas, por las damas. Compro sus revistas, me paseo por sus calles contaminadas, canto con sus ruidos impertinentes. Me divierto adjetivando su suplicio, ese que unos llaman tráfico y otros desventura. Es apetitosa esta ciudad, con sus miserias revueltas en el estómago de los transeúntes, con sus destinos desprovistos de paciencia, con sus librerías secretas, con sus plazas sin objetivos.

Esa vez, una mañana sin expectativas, me encargué de zarpar en el barco de la distancia. Como en una sobredosis de placer extremo, me ausenté. La sensación era la de un visionario sin camino, que recorre las rutas de sus mapas medievales en un mar profundo y solitario. La sensación era una combinación exacta de pertenencia cegada. Sentía que nadie podía verme, que era un pez más en un cardumen provisto con demasiadas preocupaciones.

Y ausente me fui por el bullicio de las calles de La Candelaria, sin esperar nada. Tal vez algo de anarquía, tal vez algo de Venezuela, tal vez algo de tristeza. Pero, en verdad, no esperaba nada. Mi ciudad, la ciudad, el centro épico de un país sin centro, me estaba pidiendo a gritos que no estuviera más en su desértico espacio sin estrellas.


Pero no quiero hacerle caso.
Sus cantos opacos me invitan a conocerla más.
Es un vicio éste el de ir y venir, el de permanecer, el de moverse. El de contradecir, por amor al misterio, por amor a los espíritus.

¿Nunca?


Hay veces que la confusión,
la única confusión,
proviene de las señales absurdas que lanzas por el precipicio del raciocinio.
No tienes idea del daño que haces
al forzar los sentimientos
a ser parte de una lógica de vida, de una misión, de la sensatez.
No los hagas existir, que no existen.
Te arrepentirás de recrear los falsos testimonios de una verdad que nunca vimos nacer.

¿Nunca?

Hay un terreno escalofriante que debo recorrer
antes de llegar a ti.
Y no estás, no estás, ¡no estás!
No hay manera de aprehenderte, no hay forma de regocijarme en un encuentro tuyo, porque nada se regresa a su punto original.
No hay retorno, no hay retorno, ¡no hay retorno!

La brisa se mueve entre los párpados incansables
que permanecen abiertos por una esperanza leve de verte otra vez,
retratado en el espejo de la memoria,
traído de vuelta a mi realidad como un pasado imperecedero.
Pero ya no hay el mismo calor entre cada tacto en la despedida,
el bosque se ha humedecido en el abandono,
la carretera es tan miserable como las palabras que se vuelcan contra la acera,
se estrellan contra las luces de la ciudad,
se quedan huérfanas de respuestas.

De pronto, en la confusión de la expectativa, me quemo con un pedazo de historia.
Y luego,
todo, como si nada.
Como si nada, como si todo, como si siempre, como si nunca...

¿Nunca?

martes, 15 de noviembre de 2011

AdulaCIón

Puede que lo que esté aquí, cerca, sea simplemente un rigor desconocido, un señor que habla de cómo deberían ser las cosas, una chica que responde para ser respondida como una cuña de su propia inteligencia. Y puede que, por esas razones, yo decida no ser partícipe.

Entonces, procesada la sensación estomacal de indigestión de egos, se acerca el silencio, la casi inexistencia.

Adulación
Se sale como un vómito de barbaridades,
como una construcción de vanidades,
la voz corroída y siniestra de la columna de humo.
Si fuera necesario desnudarlo ante la audiencia,
venderlo como una fruta podrida,
sería una bendición para el aire entumecido por su garganta ebria.
Ebria, con sabor a mentira desmedida.
Un ciego que no se calla,
una palabra que no dice nada.
A veces lo veo de reojo,
a veces me acerco a su lectura.
Y a veces, en el mejor de los casos, no es nadie.
E insiste en convencerme sobre su naturaleza divina.
Qué mentira.
Qué ignorancia.
Dejaré de escuchar la verborrea cuando me convenga.

martes, 11 de octubre de 2011

CONFESIÓN IV - El arranque

Es contradictorio que me encuentre escribiendo esta noche.
No quiero escribir. Me niego.
Siento que se desplaza mi mano por el teclado sugerente, que Leila Guerriero me agarró por las orejas suavemente y me sentó aquí, que escucho la voz de mi jefe hablando de David Foster y preguntando si me gusta el ensayo.
Siento un impulso externo de escribir. Y me desagrada sentir que viene de una voz de millones de años luz y no  de un impaciente silencio que se revienta por dentro.
Debo decir entonces, como una forma de advertencia, que no tengo intenciones de que esta sea una entrada maravilla, no tengo intenciones de escribir esta entrada, no tengo intenciones de lucir estilos, de machacarme pensamientos en la computadora.
Esto ha sido un impulso vil de una necesidad inquietante de escribir sin motivo, sin rasgo, sin indicio. Puro sentimiento llevado a la tumba del escarnio público. Aquí, en este infame texto que sigue escribiéndose con rapidez desesperante, no hay secretos sobre mi intensa manifestación lingüística de escribir por el mero placer reproductivo.
La poética que nace en verdad en mis noches de lujuria literaria proviene del más consciente y aterrador silencio.
Prometo que las almas externas que me incitan a surgir de las madrugadas, quedarán reservadas para textos más reales.
Texto infame, ya cállate, que no estás diciendo nada.

jueves, 29 de septiembre de 2011

El viejo de los no viejos


No seas ingrato ante lo que trae el tiempo,
el niño que vive viejo se olvida de sus más poderosos momentos
se instala en un presente que desconoce motivos y despierta de sus sueños
se queda en un pasado arcaico y fétido,
en un recuerdo que ha concebido su fecha de caducidad,
en una instancia que ya no perdura,
en una casa que no tiene aire, ni puertas, ni ventanas.


El viejo que no es viejo,
el viejo que está sentado en su trono pensando como adulto, y no como viejo,
es el creador de sus mejores épocas.
El viejo que se puso los pantalones y los lentes oscuros esta mañana,
el viejo que se quedó mirando la tele por la madrugada,
el viejo que se miró al espejo y no se miró por curiosidad, sino por alago, 
el viejo que se durmió en su portal secreto sin puerta,
el viejo que se cubre de la mentira con una travesura,
nunca es viejo como suele sentirse los viernes por la mañana.
Se nutre de esa ilusión pasajera del tiempo que se queda.
No seas ingrato ante lo que trae el tiempo,
el niño que vive viejo se olvida de sus más poderosos momentos.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Promesa antes de una despedida

Los secretos
en forma de mediodía 
se esfumarán mañana a la misma hora,
sólo con la intención de tener en mis manos
la capacidad de adjetivar el tiempo que me queda
con la felicidad que te brindará la sonrisa de una imagen convertida en recuerdo.
Procuraré dejar un tacto indeleble. 

Preferí no mirarte


La construcción está casi terminada. El edificio ya se ve, se ve entre los pedazos de un algo que ya tiene forma. Desde aquí se podía ver al obrero, poco intimidado por el miedo, saludándonos aburrido. Más arriba, un cielo interminable, que hace ver el día mucho más creíble y verdadero cuando está azul. Esa mañana las nubes se habían puesto melancólicas, y asumieron la forma de un torrencial latente. Aún así, el cielo me parecía hermoso y me hacía sentir, de un modo extraño, afortunada.

Las copas de las palmeras se mecían en una luz intermitente, gaseosa, chispeante. Un sol indefinido y desganado oscilaba entre las ramas jugando a ser sombra y luz en el suelo caliente. Las ramas decían adiós, o tal vez me estaban saludando, lo cierto es que sin saberlo me mecí con ellas en un tumulto vacío de pensamientos. Unas ideas inconclusas y dolientes, que terminaron por ponerme de mal humor.

Una moto se escuchó pasar, pero no sentí deseo alguno por voltear. Ni siquiera como una excusa para verte a ti.
Simplemente, preferí estar con los ojos hacia el infinito  y no obligarme a mirar tu expresión fronteriza, que me pedía a gritos una distancia. 

Estabas allí, diciendo adiós. O tal vez me saludabas. Lo cierto es que, sin saberlo, me mecí contigo en un tumulto vacío de pensamientos. 

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Un abrazo antes de dormir


Comienza el festival de espuma cerca de mi oído, la sensación de un susurro que me hace cosquillas en el estómago, donde el alma se mece antes de dormir



Las texturas de una ciudad infame tienen una sensación dulce, casi dormida en un abismo de muerte solitaria,
donde encuentro la loca idea de que allí en la ciudad infame, histérica y descarriada,
hay una ciudad perdida.
Una que una vez fue ciudad y no escombros de miseria.

Muestra




El pedazo de carne y sal que arrancaste de mis labios tristes se convirtió en pluma, en mezcla, en sabores extraños, se fue transformando con el pasar de los tiempos y las tempestades, hasta quedar sólo una muestra de la verdad. Sólo una muestra.

lunes, 22 de agosto de 2011

Mi voz


Tengo la manía de decir cosas que no siempre son bienvenidas al entendimiento, la razón, la academia y la vida aburrida de lo que se pueda explicar.

El diagnóstico de una gata enferma

No siempre está previsto que los roles se conviertan en lunas y las aves cometan un suicidio espacial. Aún así, entre estos tiempos míos que claman un motivo, se esconde la manía de pertenecer a un momento desconocido. De una hora con sobredosis de chocolate, un segundo de cambios radicales. El viernes fue un diagnóstico de la mentira y el sábado ya era una locura intentar comprenderla.
Las epifanías y las furias vienen en clave y las más importantes decisiones se toman luego de una infinita tortura.

martes, 16 de agosto de 2011

Crisis de mano peluda (o cómo es que uno de vez en vez ya no se cree artista)


¿Por qué la pintura me trata así?, ¿por qué se desvanece de mis manos y se va lejos, en la distancia de lo que no es mío?, ¿por qué no sube por mis dedos y es absorbida por los pulmones en constante aleteo?

¿Por qué la mano, el pincel y el óleo se niegan a ser míos?

¿Por qué dejé de ser arte y hacer balcones con gatos negros?

La prisa de una totalidad de ideas acumuladas no me deja estar frente al lienzo. Estoy encorvada, mirando a una distancia que no conozco, en un vacío lleno de todo. Como si un líquido se esparciera sin razón por debajo de la mesa y de los muebles, comienzo a herir el blanco y apacible lienzo. Siento que le estorbo, siento que no hago nada, siento que le estoy dando una vida no útil y perecedera.

¿Qué demonios está pasando?

¿Qué demonios sucede aquí?

Estoy como abstraída en lo que no encuentro, y entonces lo que busco se me pierde entre las listas de lo que quiero hacer. Quiero hacer esto, pintar aquello, escribir lo otro, pensar en lo que sigue. Y aparece ella, y aparece él, y aparecen todos los que una vez quise ser o intenté superar. Y los dominios se me van hacia las comparaciones irracionales y tímidas, que triunfan ante lo que menos soy y por lo que menos espero.

Menos, menos, siempre es menos.

Menos augurio, menos magia, menos inocencia, menos piedad con mi propia libertad. Estoy encorvada, mirando a una distancia que no conozco, en un vacío lleno de todo. Si le doy profundidad me parece clásico, si le doy trancazos me parece tóxico, si le doy espera me parece aburrido, si le doy impaciencia me parece incompleto. Aún no tiene nombre mi lienzo, ni mi color, ni mi pintura. Aún no soy obra, y aún no he podido parirla con la identidad que alguna vez dije que tendría.

Estoy atada a las supersticiones y a la velocidad del pensamiento. No todo parece indicar que la vitalidad de mi paciencia se ha perdido, sin embargo parece que nunca puedo detenerme a escudriñar el no deber y a sentirme aislada de lo que quiero que otros vean.

Estoy encorvada, mirando a una distancia que no conozco, en un vacío lleno de todo. El olor a trementina me da un alivio parcial, como una droga que me hace alucinar la existencia de una arte que aún no está vivo. Me paralizo ante la incapacidad de una fluidez absoluta, imaginada, ideal, y me reflejo en el vidrio grueso y antiguo de la puerta que está frente a mí. Dejo de mirar la silueta, que me parece hermosa, de una mujer despeinada y encumbrada. Cierro los ojos en ese instante en el que la figura se ha ido, intentando retener los pensamientos, como si se fueran a salir de las cuencas de los ojos o fueran a saltar del iris hacia el piso frío de la sala a media noche.

Me sostengo los lados de la cabeza, como si me hundiera dos clavos de realidad en cada lado, con la intención de perforar los vacíos e instalar los pensamientos en un sitio visible para mi memoria.

Pesa, la cabeza me pesa. Siento que debo respirar, y sacar todo lo que sobra en el aire caliente que suelto a bocanadas suaves. Pero incluso lo que sobra me parece pensable, tiene vida propia, me dice que no lo deje ir.

Estoy encorvada, mirando a una distancia que no conozco, en un vacío lleno de todo. Y allí, donde creo ver un dibujo, una figura, un libro, una letra, un sollozo, una esperanza, un posible, un futuro, un creador, una creación, una mujer despeinada y encumbrada… allí está la tristeza envuelta en la ira de no poder salir jamás como ella quisiera.

La retengo en el paradigma del control. Allí, donde también reposo cuando la necesidad me obliga a ser social más que humano.

miércoles, 10 de agosto de 2011


Cuando miras los ojos de una fotografía encuentras que todo es un retrato de lo queremos, necesitamos u olvidamos

CRECER


Aún confío en las almas nobles.
Aún me sorprendo con los errores.
Aún me dedico a ser niña.
Aún me tiemblan las piernas en la oscuridad.
Aún los monstruos tienen espacio.
Aún tengo la impresión de que alrededor circulan hadas, dragones y duendes.

Es sólo que, a estas alturas.... ya todo tiene sentido.

lunes, 1 de agosto de 2011

El cauce es un evento no natural de una histeria divina de controlar la belleza...
y dirigir sus consecuencias.

jueves, 28 de julio de 2011

El reconocido evento que nos hizo conciencia de nosotros.
Nosotros.
Cuando hace mucho tiempo, en caminos diseñados para un encuentro vertiginoso entre las locuras de la vida, entre las cuales nadie está seguro qué encontrará, no había existido vestigio de un futuro que se pareciera a ti.

Ni la más remota idea de tu existencia.
Existencia.

Nosotros. Nosotros y esta endemoniada existencia.

jueves, 14 de julio de 2011

¡Confiesa! ¿Nos quieres matar?


Titila y late con parsimonia, aunque pasa entre un segundo y otro no más que un segundo, se distingue la pausa sin demora. Un gato se arrulla en la ventana, oyendo los pies del tiempo pisar el suelo gris del reloj, y pasar por las agujas negras y ligeras. Camina en círculos, sin envejecer y sin partir. No conoce la muerte, aunque sabe que su ciclo tiene un ligero fallecer y renacer. En cada instante muerto, yace uno vivo. Paralelo, sin esperar el luto, se yergue un nuevo segundo, olvidando que su antecesor tuvo una vida corta y menospreciada, triste y pasajera. Menuda, insignificante. No conoce su suerte, su tonta e insufrible suerte.
Aún así, siempre allí, está el tiempo. Tan grande y majestuoso que nadie puede verlo. Se le oye, se le siente, se le nombra. Nos castiga y nos apremia, nos ahorca y nos lleva. Viene, va, se contradice. No tiene custodio, ni libertad.
La condena del tiempo es ser tiempo, y estar eternamente allí sin que nadie apele por su triste condena a ser todo y nada. Las manecillas rechinan sus dientes de frío, y se congelan en el oscuro pasar de una sombra sin retorno. Diseñadas para marearse el resto de sus días, hechas para andar en una sola dirección, construidas para no morir nunca, fabricadas para retorcerse hasta que su andar se quede atrás... las agujas oscuras se tambalean con frustración sobre su eje.
Víctimas de la utilidad y desprovistas de arte, se miran a sí mismas para odiar su fealdad. Plástico, negrura, existencia instrumental, punta aguda sin autorización de matar, caminar circular sin posibilidad de plegarias. Pura cosa, pura nada. No son nada.
El reloj se para y el tiempo sigue. Ellas mueren y el tiempo sigue. Ellas se van y el tiempo sigue.
No son nada.
De vez en vez se jactan de ser malvadas herramientas de la impaciencia. Se mueven con seducción ante la mirada quejumbrosa del alma humana que se impresiona con la velocidad de su andar. Se visten de angustia y se ríen en nuestras caras de la impuntualidad, mientras, el hombre camina cada vez más rápido, le suda la muñeca, al cuero que sujeta el cristal hermoso y dorado de un reloj barato le caminan estrías, le nacen en seco con el salitre húmedo de la epidermis en apuros. Los pies se agitan, la nuca huele a sal y colonia, la corbata se mueve e interrumpe su patético y formal estado estático. Los hombros bailan a correr y corren bailando: atrás, adelante, atrás. Se alza la chaqueta, con el balbuceo de los hombres, como si quisiera huir de aquella danza macabra que juega a apurarse. Se pasa la mano por la frente sobresaliente, la mano sujeta un tela, la tela seca la zona de la angustia, la angustia queda. Moja y moja la frente, humedece la mano del reloj, el reloj que se ríe.
Es inmediato.
El corazón se retuerce sin compasión, grita al pulmón y este le responde. Se juntan en una conversación agitada, se siente un hilo de concentraciones nerviosas pasando en forma de polvo mágico por el pecho. Es el latido que se pierde, es el respiro que no respira. Muere la calma. Se agita la tormenta. Pasa el pañuelo, el cóctel de líquidos se queda en las fibras blancas, y ahora percudidas, del pequeño mantel portátil.
Llega a su destino.
Ve la hora.
-Son las 3, perfecto-
Se guarda la bravura, se seca de nuevo. Se queda quieto.
El susto ya pasó, ya no siente que alguien lo viene persiguiendo. Ya no más dilataciones. Se acabó la venganza.


Tiempo, ¿nos quieres matar acaso ?

miércoles, 13 de julio de 2011

CONFESIÓN IV / Un amigo que pinta y la verdad que hice mía


GOYA...
Tenías razón.



Estrategia de la mentira

No, mi mente no es moldeable.
Mis puntos no son cambiables.
Mi suerte no es transitoria.
Mis pensamientos no son robados de otros mundos...


Sólo juego a tener un minuto de identidad expropiada...

... la intención es ganar.
reconocer que soy débil...
... y fortalecerme en el intento.
Realidad o no
la parlanchina historia tiene vida propia.
Y yo la sigo, esperando que el sendero sea el apropiado
como para morir en el éxtasis.
En este vórtice traga almas
me adueño de las sensaciones públicas,
y de los caminos musicales que trazan puntos imaginarios
entre la pupila y la imaginación.
Me adueño de lo que por naturaleza es solo tuyo.
Sea real o no.

martes, 12 de julio de 2011

Se hizo la figura de un momento ilusorio


Esa noche, a las 9 en punto, el mundo decidió arreciar con la lluvia extrema al calor de la tarde que caía sin demora sobre Caracas. Por un momento, hubo un punto muerto entre la respiración y la duda, y sentí que la calle entera tembló en la comparsa de imágenes que se desplazaban quejumbrosas e insistentes por la habitación.
Detenerse a verlas era un deleite, una nutritiva fórmula para convertirlas en una excusa de la realidad próxima. Un argumento, más no un motivo, de lo que pasaría luego.
Luego de haberte visto bajo los colores de tu cámara vieja, de rollo y experimentos; luego de haber visitado los fantasmas de tus fantasmas en los álbumes de cordura, de definición y de descripción (que guardas para guardar y guardas para mostrar), luego de pisarte el pecho con la burbuja tendenciosa del eje de gravedad, luego de dejarte moldear el hueso sobresaliente de un deseo muy tuyo... se hizo la imagen, se hizo la noche de la fugacidad, se hizo el despertar, se hizo el desvelo, se hizo el viaje, se hizo el tren de los caprichos.

Y partimos hacia nuestras casas, quietos en la enigmática espera de una vez mucho más larga y menos pertinente.

lunes, 11 de julio de 2011

La memoria es un infalible estado de lucidez...
tanta cordura me da miedo.

Espero


Cuando se está cocinando el encuentro,
la oscuridad consigue una salida
y nosotros, víctimas de su infante e ilusoria naturaleza,
nos vamos con ella hacia una dimensión solitaria.

El encuentro será en estos mundos más próximos.

Espero.

Inconcluso el encuentro



Cuando está a punto de cocinarse un encuentro,
la oscuridad consigue un escape...
y nosotros, crueles víctimas de su decolorado mundo infante y utilitario
nos vamos por el mismo agujero negro hacia una dimensión solitaria.
El encuentro se hará esperar en estos mundos más próximos.



Espero.

martes, 7 de junio de 2011

te vas estando

No tengo manera de saber qué piensas.
En el comedor, girando lentamente la cabeza hacia una posición neutra, dejas que el televisor siga su camino sin atención y que el curso de las historias que te cuento en el desayuno no tengan como destino tu escucha. Tu espacio es sólo tu y la alcoba de tu mente giratoria e impenetrable.
Te sumerges en algo que tu mente te dice, y yo me sumerjo en el fallecimiento involuntario de toda conexión contigo. Sufro no saber qué hay detrás de tus pupilas dilatadas, y me enfurece no tener el chance para entrar en tus intimidades mentales, que por alguna extraña razón exijo que compartas.
Supongo que es una reacción para no sentirme aparte, dejada, sola. Para no sentir que has dejado de estar conmigo y que disfrutas esos momentos de mi ausencia, aún cuando estoy mirándote detenidamente al otro lado del comedor.
Mi mente, que también se abstrae, imagina que me has dado la espalda y te has ido, solo, sin mí, sin nada de lo que somos, a un planeta en el cual la mayoría de las oportunidades no soy bienvenida.

lunes, 6 de junio de 2011

CONFESIÓN III / Ella, la imagen que me hace llorar

Mi ejercicio menos gustoso es mirarte, con los ojos de una abusadora convicción de hacer de mí lo que tú eres.
Me resigno a pensar en las imperfecciones, las abolladuras, los latidos pobres que me describen a momentos y los convierto en el fuerte de mi personalidad. Entonces, descubro que soy horrible y tú terminas por dibujarte aurora y esplendor. Me encierro en la encrucijada de una molestia, me esfuerzo por conmoverme y aceptarme.
Pero me derrumbo y lloro.
Porque aún no soy capaz de entender que debo quererme primero.
Tu imagen me tortura, porque veo que tu perfil encaja con el suyo y tu vida encaja con todos los sonidos del mundo.
La mía, que en algún momento era verde, era luz, y era agua, ahora se ve pequeña y llorona.

El otro, que es mi amor, le pido que ayude a ser quien soy.

martes, 24 de mayo de 2011



La vida se siente entre la espalda y el pecho cuando la piel está junta... o cuando la poesía se entona a la perfección.


Es casi lo
mismo.

Se me ocurre la locura


Estando loca me siento más segura.

Suelto carcajadas sin pensar, y escribo para mí imaginando que todo está casi perfecto.
Estando loca siento que soy yo la que inaugura las mañanas del modo en que yo quiero, suelto
Soy insensata y soy sol, soy el espejo que se nutre de los libros.
Me voy caminando como un pastor por la playa, y me muevo como quien escribe un cuento para adultos sin permiso.
Suelto las alas, me despliego a sufrir cuánto quiero, a llorar mis vacíos, para luego dormir y soñar tal como siempre espero durante el día agobiante.
Puedo arrancar los males de raíz con tan sólo mirarlos,
y amar sin condiciones porque todo y nada importa al mismo tiempo.

domingo, 17 de abril de 2011

Rival

Hay que demostrar que enfrentar el miedo es un masoquismo literario que esconde un deseo verdadero de desaparecer el victimario
que te ataca,
que te busca,
que te retuerce.

Hay que buscar una solución pronto al sufrimiento.

lunes, 14 de marzo de 2011

El sueño

Tienes que darte cuenta de que el aire se está yendo por debajo de la puerta,
que las radiaciones son cada vez menos punzantes,
que ya no se siente,
que ya no se escucha,
que la espada se llenó de escarcha y de polvo,
que la fuente tiene agua de mar,
que la sal quema con el sol.

yo no estoy aquí para que me digas cuál será la señal que debo entender,
y si las mañanas son precipitadas y las noches humeantes
hay que conocer la buena nueva,
el júbilo vendrá con una mejor intención

si me dejo
si me muero
si me protejo
si me quito
si me alejo
si me desprendo

es fácil que no me creas

no me creas entonces,
pero regálame un poco de fe para sentir que el suelo es mucho más suave cuando caigo despacio

miércoles, 9 de marzo de 2011


-¿Una panga?... ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás así?

-No lo sé, ojalá supiera.

-Ay no quiero saber.

-Lo sé.

-¿Entonces, una panga?

-Claro

-¿Pero estás triste?

-Sí, estoy como triste.

-Ah bueno. Espero que todo se mejore.

-Gracias.

Entonces, se viene una sonrisa. No son tan comunes en nuestras conversaciones, no esta forma de sonreír. Incolora, insípida, sin fragancia.

A ti te gusta más cuando sabe a cigarrillo, cuando suena a lata de oso polar. Y está bien, te mereces tus descansos. No tienes porqué oír las historias tristes, pero te pesa no saber cómo cambiarle la cara a la gente con pesadillas.

Por qué tú tienes las tuyas. No son historias tristes, no tan vagas y banales, no tan superfluas y enamoradas.

Las tuyas se pueden escuchar e incluso llevarlas al cine. Pero, ¿qué serías sin el cine? Es evidente que sea natural que tus zapatos de viejo sean risibles y que ese tipo de cosas se conviertan en experiencia fílmica.

¿No te parece que todo es cine? Que no sea buen cine, eso es otra tus pesadillas.

Las pangas mañaneras son siempre un alivio. A veces son incómodas, porque hay pensamientos que nos da pena decir. Cosa simples de la vida diaria que no queremos compartir. Y eso está bien, te mereces tus descansos. No tienes porqué contar las historias tristes.

Hace un tiempo que te veía escuchando chacales y notas rococonianas, pero no imaginé que estabas tan perdido. Y felizmente perdido, porque así te alejas de las multitudes, del ruido, del desgaste, de la fatiga.

Te pones tu música portátil, te llevas el recuerdo de una buena película por estrenar, te quejas del calor y nos pintas una paloma… suena el motor del aire de congelador. Ni siquiera se debería llamar aire, es un nombre muy elegante para un monstruo tan frío.

Pero a ti te gustan los monstruos. Y eso está bien, te mereces tus descansos. No tienes porque evitar las historias tristes.

Hablando de monstruos, hace poco tuve un sueño desagradable. No te lo voy a contar, ni por mil pangas que vengan después de esto.

Pero los sueños no son relevantes. A veces se nos olvidan y se nos convierten en memoria perdida. Total, nunca fueron recuerdo, sólo psiquis a mitad de la madrugada.

Una panga, dices. Una panga, preguntas. Pero primero, te posicionas a 180° de mi puesto, miras a la izquierda, luego a la derecha. A veces te distraes con alguna cosa, pero regresas. Es divertido que las pangas sean un encuentro premeditado, casi puntual, para saludarnos como se debe y charlar.

A veces el frío de la mañana me desconcentra, y sé que me hablas de Bolaños y de Prozac y yo pienso “está tan cuerdo que no se da cuenta”.

Cómo te gustan las mujeres. Ya sabes, las mujeres. Los ojos, las curvas, las melenas. Una que otra te dejó pensando, y esas son las peores. Pero te gustan tanto que hasta te gusta pensarlas. Eso es risible pero yo no sé si a veces puedo tomarme el permiso de soltar una carcajada pequeña mientras conversamos de mujeres.

La birra es para tres, por eso no puedo hablar de la birra. Pero no te sientas confundido, no es reclamo celoso. Es que la birra es de tres. Y las reglas para manejar con una Pilsen en mano sugieren que haya tres personas en el auto. Y tal vez unos cuantos gatos, pero eso es un adicional de este año. Como una promoción para carnaval.

Guionista documentalista, con aspiraciones de cineasta, que comienza a pulir la panza y a buscarse la mujer perfecta para llegar al ideal máximo de genialidad cinéfila. A veces te veo así, a veces no te veo. Casi siempre eres chistosamente irónico. Y siempre eres música y desencanto. Vamos, no es un elogio. Es la panga que me hace pensar.

Bueno, ya te fumaste el cigarro. Lo aplastas contra el piso, pero ni siquiera te das tiempo para eso. Tienes esa posición como de arranque automático. Te abres paso y te vas, no sabes si yo te sigo o no. De todas formas no importa mucho, porque cuando la panga acaba hay que ir a trabajar y separarse de nuevo. A veces me invitas a moverme, “vamos”, dices. Y yo camino con flojera. Que flojera me da cuando el cigarrillo ya no quiere estar más encendido.

Y luego se hace la hora, cuentas los minutos, los segundos, dices 1-2-3 y haces magia. Ya no te veo. No hay vestigio de nada. Nadie supo, nadie vio. Entonces suponemos que ya te has ido y que te seguiremos viendo como de costumbre. Y eso no tiene nada de malo, te mereces tus descansos.

Terminar para nunca

El ruido del tráfico no nos dejaba escuchar. Era un sábado bullicioso y se hacía notar en las aceras, en los balcones de viejecitas mozas de El Silencio, en los estantes de las librerías, casi siempre vacías; en los hombres conversando en las afueras de las panaderías, en los insultos clásicos en la hora del tráfico, en las paredes ralladas; llenas de cosas que deben decirse.

Nos ocultamos en el lugar más inusual de la ciudad, donde los árboles aún tenían un puñado de sueños por delante garantizados. Pedimos permiso al árbol detrás de los bebederos y nos recostamos en sus raíces sobresalientes. Bueno, yo apoyaba mi espalda semidesnuda en el tronco áspero y viejo y tú te acomodabas entre los senos plácidos y calientes por el calor del sol.

La tarde caía presurosa, últimamente el tiempo no tiene noción de sí mismo y parece correr. Parece que busca su muerte, parece que quiere un final pero no lo encuentra. Corre y corre, y nos hace correr.

La brisaba pegaba fría y deliciosa sobre las hojas y éstas se dejaban caer. Caían con un baile sabrosón, con un tumbao suave. Hacían curvas en el aire y llegan a la tierra sin hacer el menor ruido, sin provocar la menor perturbación.

Mecidos por el aire también mis rizos. Se levantaban bruscamente con cada bocanada de brisa que salía de la nada fría y se elevaban contra mi rostro humedecido. Lloraba al verte tan tierno entre mis senos. No creía que podías irte y desaparecer. No me lo creía. No podía pensar que entre mi regazo podría no haber nada. No lo pensaba y si lo pensaba no lo creía, y como no lo creía no lo quería pensar.

Estabas complacido, acurrucado entre cuerpo y libro, entre grama verde y sol de negro. Estabas pensativo. Ay, te conozco tanto que sé que entre los ojos muy cerrados y la sonrisa de niño sólo puede haber un pensamiento. Pero no uno cualquiera. Es casi imperceptible, no puedo penetrar en él. Te tiene de cabeza, pero sólo muy adentro.

Lloraba al verte tan mío. Lloraba despacito, no se notaba. No quería que se notase, y me satisfizo tanto que no te dieras cuenta. Era necesario llorar contigo pero sin ti. Era verte, era creerte y volverte a ver. Era simplemente un placer loco de llorarte, como si de un muerto se tratase. Porque eras tan mío… que no podía creer que te pudieras ir.

Alzaste por fin la mirada, y alcanzaste a ver mi rubor triste. Me llamaste suavemente por mi nombre. Y allí comenzamos a hablar. Cuántas formas de contradecirse, cuántas ganas de seguir queriendo, cuánta locura, cuánta locura.

Nos quemábamos sentados en el árbol, la sombra no era suficientemente amable como para cubrir nuestros pies. Ardía entre las medias, ardía entre el aliento, ardía entre las faldas. Finalmente, cuando ya no resistimos las quemantes horas, nos percatamos de que todo era un plan macabro para sacarnos del lugar. Ya no nos quería ahí, nos estaba echando con cada arcada de fuego lento que se metía entre la dermis con los rayos ultravioleta.

Nos echaban de allí, no sé si el árbol, o el parque, o el suelo, o el sol; pero allí no nos querían. Tal vez la naturaleza advirtió, mucho antes que nosotros, que yo comenzaría a fastidiarte, que me pondría a llorar y que me molestaría de nuevo por cualquier cosa. Ella, tan sabia y tan muda, nos decía que nos fuéramos, que regresáramos a nuestra locura de ciudad, que ella no protegía locos indecisos.

Parecíamos un amor platónico consumado, una mezcla de humo y llamas azules, una forma rara y convexa. Es más, no parecíamos nada. Ojalá tuviera algo con qué comparar ese momento, una referencia. Pero ni eso.

Nos levantamos en seguida del suelo y caminamos hacia la salida. Aún sin saber qué hacer.

Había mucho de silencio desmedido, de distancia semi-acordada durante esos tiempos indeseables. Me siento tan débil, me haces falta. Estás ahí y me haces falta. Te veo y me haces falta. Te veo y me pongo a llorar.

Los brazos cruzados, los ojos perdidos, el caminar turbado, el olor a humedad, la boca torcida, la efervescencia de tu mirada pegada al suelo. Hay un vacío extraño que nos impide ser como éramos y nos obliga a detestar el ser como somos.

A veces me imagino en un ventanal colonial, sentada en el muro que sobresale de la pared blanca. Imagino que te espero, imagino que te encuentro. Y que nos maravillamos con nuestra furtiva presencia y nos alegramos en la clandestina sonrisa. A veces, me veo extrañándote mirando las caravanas de gente que pasan frente al ventanal. Y me da una sensación de hermosura, de felicidad. Me dan ganas de escribirte una carta y decirte cosas, mil cosas.

Esta imaginación mía, bien barroca, bien romántica. Con capiteles, ornamentos y demás. Con ventanales coloniales y calles de piedra. Como me asusto, es melosa y es dulce, tan dulce que me dan ganas de vomitar a veces.

Y seguimos caminando. Yo retorno de mi ventanal y me pongo en marcha de nuevo. Salimos del parque y el semáforo en verde hacía caminar pesadamente a la ciudad. Una corneta me ensordeció de pronto y parecía que a ti también te hizo enfadar. Nos sonreímos juntos. Y ya después no reímos más, no de verdad.

La salida se extiende cosmopolita, calles y calles para correr lejos de ti. Para dejarte muy atrás y no quererte ver más. De nuevo una dulce imaginación me tiende una trampa. ¿Quién me he creído para competir contra la fuerza bruta de lo que siento?

Ese día culminó muy rápido. Nos seguíamos queriendo y no podíamos dejar de repetirnos palabras mágicas. La calma es tan imprecisa y desconsoladora. Ya no hay garantías para los dos y nos desmoronamos con tonterías. Es como vivir con un síndrome de masoquismo pegado al estómago.

A veces imagino que estoy parada en la calle y que te veo pasar. Y que te abrazo tan fuerte que te hago olvidar. Todo volvería a ser como antes, y como antes, volveríamos a ser como éramos.

Abrazarte fuerte.

Muy fuerte.

Y convertir mis brazos en una máquina del tiempo.

Pero nunca te despiertas


Si los sueños perdidos volvieran convertidos en polvo yo me conformaría. Pero la ciudad se mueve sin devolverte nada. Te roba todo, te saquea los pensamientos, las camisas, los oídos, los agujeros de la nariz. A veces te regala un silencio, pero sigue siendo un silencio fúnebre e indeseable. Sin embargo, creo que ser de esas pocas personas que no han perdido el encanto por su ciudad. Que le guardan una celosa empatía y que anda por las calles con el bolso abierto, como una boca que respira sin miedo.

Tengo la impresión de que la ciudad se está quedando sola. Sola, solita, sola. Y canta con desespero un llamado a sus hijos desgastados. Pero las caminatas paranoicas y el desenfreno agotador nos alejan de su cuna de cemento y de sudor. Ya no es agradable, ni bonito, no se siente bien. Considero que la ciudad se presta a un análisis emocional y psicológico, que debemos entenderla, comunicarnos con ella, escuchar sin atención lo que nos rodea y dejar sin paradojas al mundo exterior.

Faltan raíces que nutrir, en los árboles y en las almas. Faltan bocas que llenar, faltan misterios de los cuales enamorarse, faltan locuras sanas, faltan pecadores con culpa. Debería convertirme en sapo y explorar la ciudad con la mirada de un sapo incrédulo. Tal vez recuperaría una magia de encuentro con lo nuevo que parece encantar a todo espécimen nuevo que revolotea, se arrastra o salta por la ciudad. Desde extranjeros con cara de algún lugar muy pobre y feo, hasta palomas con pies de pato peludos.

Los espacios están convertidos en un santuario a la perdición. Puede llamársele al santo de muchas maneras: bestialidad, ignorancia, irrespeto, malicia, descontrol, indiferencia. Hay un cartel que dice “no botar basura aquí” donde se encuentran los escombros más altos y podridos. A tres pasos de distancia, un hombre se resguarda en un enorme contenedor de basura que parece una casita verde.

Una puta, sucia y andrajosa, se rasca continuamente en su lugar de trabajo, allí abajo donde encuentran placer ciertos hombres desgraciados y malignos. Yo sólo pienso que le debe arder, tanto como su dignidad. Pero tal vez eso ya no le importa, ¿qué más da? ¿Verdad?

El camino se le debe hacer largo, el pensamiento corto, el sentimiento vano. Ya nada es igual es un mundo donde todo está perdido. Donde no se reconoce, donde prefiere perder memoria, donde se ha vuelto loca de tan poco placer que le produce la vida y por la picazón incandescente que le hace caminar con dificultad.

El paseo en autobús es toda una tragedia. Lo pintoresco se vuelve grotesco. Cierras los ojos, no quieres ver. Se te hace pesado el momento en que cruzas la mirada con el que está a tu lado y te dice “que terrible este gobierno”. Y te provoca voltear los ojos, quitarte el estómago, ponerte un chaleco grueso y fino y mirarte en un espejo de un hotel barroco en las afueras de Barcelona.

El descontrol de los autos a las 6 de la mañana te despierta con un temblor entre la piel y la molestia. Te revuelcas en la cama, te sacudes la noche y te levantas con ojos de señor.

Te levantas.

Te levantas.

Y te levantas otra vez.

Pero nunca te despiertas.