martes, 29 de noviembre de 2011

Casería de espíritus



Las ventanas. Algunos dicen que los ojos son ventanas, otros hablan de pórticos a dimensiones desconocidas, y unos pocos pintan a sus damas más amadas en los balcones solitarios de las tardes madrileñas.

Yo veo mujeres ancianas que fuman sin descanso, ventiladores ondeando el calor tropical, niños saltando en las camas sin permiso de sus padres, televisores sin espectadores aturdiendo las salas. Luces encendidas, cocinas sucias como si estuvieran bañadas en cenizas de carbón, cartones y corotos sin motivo en las rendijas podridas, techos caídos sin cuidado de sus dueños, viejas y gatos abandonadas por sus hijos en el extranjero. Sillas de madera podridas como de un museo sin dueño, bicicletas de niños que superaron su pubertad, bibliotecas interesantes que rezan historias escondidas, cuadros de mentira como los de las fotografías de las casas venezolanas en los años 60.

Las ventanas de mi ciudad, ahora mal decoradas con luces, bambalinas y más luces, dicen tanto de vidas y personajes, de cuentos, de cachivaches. Las ventanas de los edificios al pie de la autopista, en Montalbán, en El Paraíso, en La Candelaria, son un caleidoscopio de vidas minúsculas.

Vidas, memoria, aserrín, cuentos de abuela… que ahora se escapan por las ventanas en las noches más calurosas. Y yo los atrapo con gozo en la mirada cansada de quien se va de casería. Casería de espíritus.