lunes, 13 de diciembre de 2010

Un recorrido así


Te doy la bienvenida a mi mundo, un potencial agujero negro que tiene rostro de dama traslúcida y hueca. Su colección de recuerdos infantiles y de frases enamoradas te traerán el café todas las tardes, y lo tomarás junto al piano de cola que se ve allá a lo lejos, cerca de la montaña de cachivaches.
Haz caso omiso de los trastes sucios que están junto a la ladera, su perturbadora presencia pasará desapercibida el día en que comiences a mirar hacia adelante... y sólo en esa dirección. No se permite mirar a lo lejos con mucha insistencia, o el futuro se sentirá sumamente aludido y seguramente querrá vengarse.
A dos pasos del piano de cola está el pianista, que es ciego y está rendido de calor. Allí, en la playa del piano, se concentra en quejarse una y otra vez que no lo encuentra. Yo no lo perdono por eso, y de eso también se queja.
El tacto será, en mi mundo, crucial y necesario.
Si tocar fuera la aventura más grande, probablemente escucharías más ruido y menos silencio. En este pequeño espacio que se me ha concedido y que yo llamo mi mundo, el silencio es la norma. Hay música, hay bulla, hay ladridos, hay susurros, hay gemidos. Muchos gemidos. Pero, entre tanto y entre líneas, entre eso y aquello, el vino y el amor, hay un silencio que vive con más fuerza que el ágil sonido.
Los buenos y los malos son muchos e iguales, porque acá no verás etiquetas, ni madres, ni tutores. Tu propia kantianidad te dirá que haces lo correcto, aunque no lo sea.
Luego del café, irás al piano y tocarás algo para el solitario músico. Él fastidia al hablar, no para de decir qué le falta, qué quiere, qué no tiene, qué le duele. Pero no le hagas caso a ninguna de sus palabras.
Fechorías, puras fechorías.
Cuando estés listo para partir, verás un corto animado de animales inexistentes y de fantasmas buenos. Cogerás tu saco, te lo pondrás al revés y saldrás por una gran ventana de madera que se esconde entre las quejas del pianista.
Abre su boca sin pedir permiso. Primero introduces el dedo meñique, y te vas abriendo paso poco a poco hacia la realidad...
que tan poquito quisiste.