sábado, 4 de abril de 2009

Las mariposas amarillas

“Mariposas amarillas, Mauricio Babilonia”, suele decir mi mamá cada vez que ve una mariposa amarilla. Un insecto hermoso, misterioso, que revolotea a la altura de nuestras cabezas para adivinar nuestros pensamientos.

Pero no es que esté recitando algún hechizo, ni se trata de una frase mágica de amores y pasiones. El origen de esa frase y de esta historia se remonta en los viejos tiempos en los que leyó Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez. Famoso libro, famoso escritor… pero sobre todo, buena pluma en nombre del pensamiento y del estilo latinoamericano que parece le gusta jugar con los tiempos y se las arregla para acomodarlos a su manera para crear una historia.

Al morir Mauricio Babilonia, mariposas amarillas inundaron el pueblo de Macondo. Muchos críticos de literatura aspiran a creer que la representación del espíritu de Mauricio, convertido en mariposa, se esparcía por aquel pueblo solitario para invadir su miseria y transformarla en amarilla esperanza. Yo prefiero creer que fueron miles de espíritus que reinaban en el silencio de Macondo los que acudieron a aquel pueblo aquella tarde para darle la bienvenida a Mauricio Babilonia a un nuevo reino. Y es que Macondo era una especie de ciudad de los espíritus, casi contrastando con las palabras de Allende.

Todo libro parece estar empañado por un cómplice del espíritu y lo espiritual. ¿Y cómo no va estarlo, si el pincel, la brocha,el lápiz, la pluma, se encuentran en lo profundo, en lo escondido que quiere salir y convertirse en lienzo, hoja, papel… mejor aún: HISTORIA? ¿No es la historia un conjunto de memorias? ¿No son los espíritus, memorias?

Una memoria amarilla, como las mariposas, como Macondo al atardecer…

Yo veo pasar a mi lado una mariposa amarilla. Y sonrío. Los espíritus de la historia deben saber que yo me acuerdo de ellos de vez en vez, que los veo en el presente y en las calles vacías, y los convierto en palabras con significados.

Sonríe cada vez que veas una mariposa amarilla. En su aletear se esconde el saludo de un espíritu que vaga perdido en la búsqueda de sus iguales.