miércoles, 13 de mayo de 2009

La calle de los recuerdos: Cada párrafo una avenida


YO SÓLO ESCRIBO, y que bien se siente.

Encierro a los curiosos duendecillos del recuerdo en una cajita litográfica de tinta líquida negra, o del color de mi preferencia, espesa como el pensamiento.

Tinta que se funde entre las fibras de papel, que harán comunión sagrada para convertirse en la casa de los duencillos. Aún siento que giran y giran sobre la mesa... corriendito llegan y se apretujan, un recuerdo viene tras otro:

-¡Yo quiero entrar primero! ¡Yo quiero casa ya!

- Esa casa es mía, ya compré esa palabra.

- ¿Con qué dinero duende hermano?

- Con la velocidad de mis piernas, hermano.

- Cierto... las palabras no se compran.

- No hermano, nuestras casas son honestas y se salvan de la codicia porque su único valor es que son gratas a muchos, y los hace felices a su modo.

Y así va llegando cada recuerdo. Un duende. Un recuerdo. Una palabra, su hogar. Un escondite quizá, para algún recuerdo tímido, un albergue para un recuerdo desprotegido, una cárcel para uno rebelde, una habitación de intimidades para un recuerdo enamorado.

Y así, calles y calles de casas, infinitas frases y párrafos enteros de recuerdos vecinos de duendecitos de tinta y gas.

Gaseoso pensamiento. Hay unos duendecitos que se regresan sin hogar. Malhumorados nos retumban en la cabeza:

- Soy un recuerdo olvidado - dice uno.

- Mire que casualidad y qué ironía - dice otro- A mí me han dejado a un lado porque era menos importante.

- No, no es eso hermano

- ¿Y qué más puede ser?

- No es el momento de ser recordados, hermano.

-¿Hay esperanza entonces?

- Siempre las hay en el mundo de la palabra. Ella es la esperanza misma que nos rescata de un silencio abrupto.

Y juntos y tranquilos regresan a reposar en nuestra mente, en un sueño de mil y una noches, o tal vez cien, tal vez sólo una... todo depende de cuándo volveremos a esbozar frenéticamente casas de duendes. Palabras.