martes, 15 de septiembre de 2015

Anticuario (II) El tiburón y la anguila

Me esforcé en olvidar mi temporada en Bergen. Excepto a Doris, la Doris imaginaria que inspiró mis submundos más secretos. Ella permanecía como una música en mi cabeza, sonando y sonando sin parar, pidiéndome bailar a su compás. "Ya te sigo", me dije en silencio. Y miré mi pequeña figurilla de metal de la iglesia de Santa María, un recuerdito de turista, vago y encaprichado, de aquella ciudad de la lluvia. "Tendré miles de figurillas de todas las partes del mundo".

También volví a casa con la enciclopedia gráfica "Kuriositeter havet" ("Curiosidades del mar"), libro que el profesor Haldor me obsequió el último día de conferencias. Recuerdo que fue el único día que encontré algo de paz. El resto fue murmullo de egos, pasillos de murmullos, música de pasillos y almas sin música. Fede parecía pasarla tan bien en la burbuja ciencisocialité, que en las mañanas despertaba con el pensamiento de que era yo la que estaba "mal". La idea sigue allí. Pero ya no me agobia.

Haldor parecía comprender mi mal humor, aunque sospecho que relacionarme con él fue solo un síntoma más de mi estado anímico. Tan quejumbroso como yo, encontró en mí el organismo perfecto para alimentarse. Y viceversa. Parasitario y poco comprendido, Haldor era bueno pero odiado por la mayoría de sus colegas. Solo yo, que odiaba a los odiosos tanto como a los querendones en Bergen, podía aceptarlo sin expresar mayor cosa.

  ***

—¿Qué esperabas Magda?
—Que él me quisiera.
—Era un objeto del deseo.
—Solo mío, Yuga.
—Tú quieres creer eso... pero desde aquí se ve diferente.

Colgué. Yuga era demasiado directa. No me convenía, porque desataría la máquina de teorías, posibles ángulos, daría la vuelta al tema como un círculo, me comería mi propia cola. Tampoco quería muchas palabras, cuando hay muchas palabras suena todo falso y frágil... como si las frases reconfortantes fueran portátiles e intercambiables. ¿Qué quería? Quería que me quisiera. Pero Dago jamás me quiso.

Fede me lo dijo tantas veces, que casi lo culpo de brujo. Lo repetía con vehemencia y certeza, como si escondiera una magia oscura y poderosa, un mantra contra el amor. Pero no, no había tal cosa en Fede. Tan lindo, tan cortés, tan celoso, tan amigo. Cuando quise culparlo, me abalancé sobre él y lloré. Y recordé que realmente lo odiaba por tener la razón. Lo odiaba, pero solo un poquito, como cuando sientes que te han robado la última palabra en una discusión tensa y larga.

Al despedirme en el aeropuerto, me preguntaba qué demonios podría hacer Fede en una ciudad noruega con gente tan fría como sus siete montañas. Fría como Dago. Pensé en la imagen de la playa que vino a mi mente cuando lo conocí, y de pronto, seducida por la rabia, lo transformé todo en hielo. "Doris, espero que jamás hayas conocido a un Dago".

***

"Curiosidades del mar" resultó ser un libro curioso en verdad. Repasé algunas de las especies, y no paré de reír y de superar mi escepticismo con algunas de ellas. Haldor era un tipo bueno, pero odiado por todos porque no podían superar su escepticismo hacia él. Le escribí.

Eres una curiosidad del mar. Una anguila jardinera. Espero que estés bien.

Era de noche, no había nada que hacer. Ojeaba la enciclopedia mientras escuchaba un viejo CD de Madrugada, la única banda noruega que no me recordaba a las nuevas series de vampiros. Como una especie de plus personal, el hecho de que el grupo se llamara Madrugada y que me acompañara de fondo musical a las 2:00 am era un acontecimiento bastante simpático, a mi modo de ver las cosas. 

No esperaba respuesta de mi anguila jardinera, así que pegué un brinco cuando repicó el celular.

—Magda, ¿estás en casa?
—A estas horas, ¿dónde más voy a estar Yuga?
—Olek y Natia están aquí, en mi casa, y quieren conocerte. 
—Olek... y...
—Olek y Natia. Viejos amigos del Instituto de Investigaciones Marinas de Colonia.
—¿Qué? ¿Quieres que hable de trabajo un viernes por la noche?
—¡Me has estado evitando Magda! Por teléfono, en persona, por todos lados. Bergen te ha cambiado...
—¿Qué?
—El frío te pegó en la cabeza... y se te quedó ahí.
—¡Voy para tu casa ya mismo Yuga! ¡Bergen quedó atrás! Quizá... solo me falta salir más de casa.

Cerré la puerta del apartamento. Bajé las escaleras como un fantasma, como si viviera en una dimensión sin tiempo. Estaba segura de que me había desplazado como un adolescente desganado, muy, muy lento. Pero llegué a la puerta del edificio realmente rápido. Solo pensaba. Aceptar que Yuga tenía razón y que debía "salir de casa" era concederle, sin querer, poderes sobrenaturales para que hiciera de mi voluntad un montón de escarcha y papelillos. Pero era tan molesto que me comparara con la Magda de aquel recuerdo, que solo debería ser un recuerdo y no un ahora, que prefería ceder. "¿Es enojo o miedo?", me pregunté. 

***

La última copa de vino se estrelló contra el suelo. Para algunos podría ser mala suerte, pero para mí significaba que la estábamos pasando bien. Natia era una chica sensible, pero lo suficientemente alocada para dejarse llevar y no reparar en emociones poco prácticas. Olek era callado, pero reía mucho y eso era suficiente. Yuga, con su combinación asiática y chilena, había heredado el talento para animar la fiesta si a alguno se le ocurría ponerle fin con un comentario demasiado adulto. "Mañana debo trabajar" y "No debería beber demasiado" se guardaban en el cajón de frases coherentes y se dejaban para otro tipo de reuniones. Para cualquier otro tipo de reuniones, menos las que se hacían bajo el techo de Yuga.

—Siempre he querido ir a las conferencias sobre investigaciones marinas en Bergen.
—Aburrido.
—Yo he ido. Doy fe de que uno se entera de descubrimientos casi increíbles—, dijo Natia con voz aguda, tratando de descubrir en mi siguiente reacción la causa de mi negación. 
—Bueno —, dije, alzando el rostro y acomodando la postura. Me tocaba decir algo importante, y tendencioso. —Yo hice un gran descubrimiento. Vi con mis propios ojos una anguila jardinera.

Yuga se echó a reír como nunca. Sus ojitos chatos casi desaparecían entre tanta contentura inflada de risas. Natia me miró ligeramente impresionada, realmente su expresión no había cambiado desde su última intervención. No sabía si me ignoraba, o si solo estaba pasada de copas. 

Mientras una se estremecía en la alfombra, como un pez fuera del agua borbotando carcajadas, la otra permanecía inmóvil con los ojos fijos. Olek irrumpió la escena. 

—Imposible.
—No me extraña. Todos reaccionan con escepticismo. 

Nadie cree en las anguilas jardineras. Deberías dar una señal, para comprobar que existes. 

Le escribí un segundo mensaje a Haldor. Esta vez esperaba que respondiera. Era casi un reclamo. Lo podía notar en mi tono y en la puntuación marcando pausas indebidas. Lo podía notar también en la falta de signos de interrogación, que, de estar allí, propondrían un coqueteo (¿Deberías dar una señal, Haldor?), y en la ausencia de signos de exclamación. Esos seguro me sacarían de un apuro, dejando a relucir una tonta sorpresa (¡Nadie cree en las anguilas jardineras!). "¿Qué hice?", me dije en voz baja. Nadie pareció escuchar. 

Entonces, Natia salió de su trance y de un solo golpe me sacó del mío. 

—Yo también hice un gran descubrimiento en Bergen. Un tiburón zorro. ¡No! Más bien, con un tiburón tigre. Escamas verdes azuladas, ojos flamantes. ¡Majestuoso tiburón tigre! Nadaba bajo el mar de reliquias, se escondía tras las alfombras, los sombreros, las tinajas. Abría las cortinas de la tienda y bajo la luz podía ver las franjas oscuras de su piel, como la de los tigres terrestres. Pero su territorio era más amplio, más solitario. ¡Jamás podría ser un tigre terrestre! Se acercaba como un viejo cazador, te miraba como un viejo cazador, pero era un joven. En pleno entrenamiento. Y ¡zas!, más veloz e intrépido, te devoraba más rápido que un tiburón experimentado. 

No seríamos desde entonces los mismos. 

No vi a Yuga levantarse de la alfombra, pero cuando dejé de mirar a Olek ella ya había recogido las copas vacías. Sí, Olek me miró y yo a él, porque ambos conocíamos a la criatura marina que había devorado a Natia. Curiosamente, allí estaba ella, entera de pies a cabeza, justo al lado de Olek, sin un rasguño. Me alivió verla en el sofá de Yuga, lejos de Bergen. Me alivió saber que ella tampoco fue querida. No me alivió pensar en ello con satisfacción. "Doris, ¡me iré por el mundo a cazar tiburones tigre!".