jueves, 8 de noviembre de 2012

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Tocan el vidrio con estallidos imperceptibles. ¡Tic! Se estrellan. La única forma de oírlas aterrizar es el estruendo colectivo. Si caen en el techo. Si adornan la ventana como lupas de agua. Si chocan con nuestros cuerpos en la carrera contra la tormenta.
Y una vez que las escuchas, con el distante compás del silencio, quedas en un trance obligatorio. Y sin quererlo, en la nada monumental del ruido que ignoramos, del aire que ignoramos, del ambiente que ignoramos, de las.horas que ignoramos, la vida es polvo.
Es fuente de todo y salida de nada.
Es un ciclo.
De vaivenes.
De fastidos.
De placeres antibióticos que no podemos repetir.
De escalofríos.
De instantes que solo sirven para ejercitar la memoria.
De pronto, sin quererlo, eres estallido.
La lluvia.
Que se evapora.
Que se marcha.
Eres polvo.
Se te quedaron los espasmos congelados entre el estómago y el pulmón. No vale la pena ser mucho más que divagaciones.
Un requisito nada más, para hacer un paréntesis sin contenido.
Lo demás es recordar el valor de lo que se obtiene con la naturaleza, como la intuición y la esperanza.