domingo, 21 de noviembre de 2010

Podridos celos

La mirada corría por los umbrales más oscuros, se dejaba llevar por una imaginación macabra, se escondía entre los tapetes y se dejaba ver sólo con la odiada, sentada al otro lado de sala, la que tenía en su mano el puñado de hombres robados.

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Crueles, bellos, cruentos... se levantan para hacerme ver pequeña, muy pequeña.

Mis ojos, que se miraban sujetándose para no llorar, sintieron un deseo de cariño que le hizo cosquillas a las costillas.
Mire al espejo. Levante la mano, y el dedo apuntador se posó sobre la superficie vidriosa del reflejo. Dije: no quiero perderte!

No me mires así... Soy un vino que no ha podido envejecer, un filósofo que no tiene sofá socrático y un sombrero de vieja estampa.