martes, 11 de octubre de 2011

CONFESIÓN IV - El arranque

Es contradictorio que me encuentre escribiendo esta noche.
No quiero escribir. Me niego.
Siento que se desplaza mi mano por el teclado sugerente, que Leila Guerriero me agarró por las orejas suavemente y me sentó aquí, que escucho la voz de mi jefe hablando de David Foster y preguntando si me gusta el ensayo.
Siento un impulso externo de escribir. Y me desagrada sentir que viene de una voz de millones de años luz y no  de un impaciente silencio que se revienta por dentro.
Debo decir entonces, como una forma de advertencia, que no tengo intenciones de que esta sea una entrada maravilla, no tengo intenciones de escribir esta entrada, no tengo intenciones de lucir estilos, de machacarme pensamientos en la computadora.
Esto ha sido un impulso vil de una necesidad inquietante de escribir sin motivo, sin rasgo, sin indicio. Puro sentimiento llevado a la tumba del escarnio público. Aquí, en este infame texto que sigue escribiéndose con rapidez desesperante, no hay secretos sobre mi intensa manifestación lingüística de escribir por el mero placer reproductivo.
La poética que nace en verdad en mis noches de lujuria literaria proviene del más consciente y aterrador silencio.
Prometo que las almas externas que me incitan a surgir de las madrugadas, quedarán reservadas para textos más reales.
Texto infame, ya cállate, que no estás diciendo nada.