miércoles, 15 de abril de 2009

CUANTAS VOCES


Hablando de cosas no tan superfluas, estábamos esa tarde calurosa y cerrada, cerca de los ventanales del salón, un poco distantes del suicidio del aburrimiento, y muy ocupadas defendiendo nuestras posiciones sin hacer la guerra. Así eran las clases de Literatura, para los que se tomaban el acto de pensar en serio. Y esa vez estábamos discutiendo del verbo y la carne y la palabra y la carne. Porque el tema era que la palabra habita en nosotros. Pero hablo de esa palabra que hasta los mudos pueden pronunciar, porque la palabra también es escrita, y sobre todo porque el verdadero silencio se posa cuando las aves, los ríos, y las risas se callan y se viene encima una tremenda desgracia, que es generalmente producto de alguna cosa del hombre, algún engendro hijo de su amargura, de su orgullo o de su animal instinto. La guerra es un sitio de silencio, por ejemplo. Y allí falta la palabra por ejemplo. Y allí comenzamos a discutir porque yo decía que el silencio estaba turbando al mundo, pero las demás me señalaban con las miradas y me veían con los dedos perdiendo la cordura porque decían que tenía un ataque de insensatez. Lo podía sentir en el tono de sus voces y en las risas. Entonces yo también me reí y decidí pensar antes de ceder ante sus razones.


La discusión fue interesante. Cuatro chicas pensantes en una tarde son un atractivo para cualquier literato que desee indagar sobre estas especies en extinción. Pero algo en mitad de todo, interrumpió a las pensantes y se detuvieron a contarse cosas. Y descubrí que yo tenía dos voces, y que una de las que estaba a mi lado tenía una voz muda. Y me pareció tan gracioso el hecho de descubrir tantas cosas cuando no se buscan que la cosa se quedó en mi cabeza, y tenía ganas de salir y de contárselo a todos y de escribirlo, sobre todo de escribirlo. Realmente me resulta grato y loco, bellamente loco, todo aquello.


La cosa era que tenía dos voces. Dos voces que no se tocaban nunca aunque estuvieran en la misma garganta. Dos voces hechas con las mismas cuerdas vocales, labios y aire, pero con diferentes gestos, pensamientos y miradas.


Una me gusta más que la otra, pero temo que no puedo prescindir de ninguna de las dos, y no me libraré de mi bipolaridad de voces que tanto me divierte. No me contradice, paradójicamente, las voces están allí y cada una sale a su conveniencia. Una me dice que el amor se puede tocar como la música y que las matemáticas sólo buscan dar verdades absurdas para no tener que creer en mentiras lógicas. Y la otra voz me habla de las manifestaciones psicológicas del amor y de su imperfección humana técnicamente, porque el amor y su naturaleza antropológica no dejan otro remedio al ser que ser vulnerables y abstractos.


¿LO VES? Ves como son las voces. Ves con cuanta dulzura irracional me expreso y con cuanta odiosa realidad me expreso en otras. Voces… voces que no será posible callarlas, porque la misión, la función, el único objetivo de la voz es manifestarse. O eres voz o eres silencio. Y el silencio que enmudece la voz, es el terror de las palabras. La voz ama las palabras, pero es un amor posesivo.


La voz las agarra por la cintura y como los vampiros góticos de aquellos siglos del oscurantismo que nada de oscuro tenía, excepto por sus brujos, sus hechizos, sus magias, sus magos y la cantidad de personas que creyeron ciegamente en la maldad de todos estos; agarra entonces la voz a las palabras y las modifica, las transforma, las usa a su modo. Una relación utilitaria, sin más ni menos, es la que han forjado desde la antigüedad y más atrás la voz y las palabras, una relación utilitaria que a todos se muestra afable y admirable, por cuanto es ella quien crea nuestra persona y nos convierte en personas.


Si esto significa que tengo dobles personas en mi garganta, cualquiera creería que me he vuelto loca. Pero no es eso lo que he dicho. Lo que digo es que las voces son parte de nosotros, y juntas, todas juntas, si es que tienes una voz, nos hace ante el mundo una persona, pero no una persona más, nos hace Kala, Mary, Andreína o Indira.


Y es así como las pensantes se saben reconocer en medio de toda la discusión y es así como los pensamientos de las pensantes se saludan y se reconocen.


Sin voz, si nadie tuviera voz, el silencio no sería nada grave. Sería algo normal. Pero en una cotidianidad tan perturbadora, alguien debe gritar. Vaya… como se parece el silencio a la guerra cuando esta toma conciencia de su mortal avance.