lunes, 12 de octubre de 2009


Sin más que decir, cerró la puerta de un trancazo. Se sintió observada por todos, y eso le satisfizo de un modo escalofriante, tanto que ella misma deseó no mirar alrededor, y se dignó a bajar la cabeza. Es difícil para ella mantener la autoridad de su conciencia en una casa de viejos. Pero está tan acostumbrada, que los ignora, y los quiere. Una manera de vivir, nada más.


Con la cabeza a medias en alto, sigue hacia su cuarto, donde la confortable oscuridad le brinda un aire nuevo. Su oreja toca la almohada, sus pies encuentran reposo, y sus manos sienten el algodón delicioso de su cobija. No quiere llorar, sólo estar sola.


La llaman para cenar. Se hace la dormida, saldrá cuando quiera de su caprichoso refugio de niña mimada.


Sale.


Va hacia la cocina, saluda. Come. Se retira.




Rutina.