domingo, 26 de octubre de 2014

Reproche

Mentes estrechas,
Foto: Peter Martin / 1951
babosas y grises,
como los ojos de los peces muertos,
las que creen que por admirar tu cuerpo,
que es de mujer,
soy tan solo un pasajero 
de un apetito
que no me pertenece.

Todo es amor, 
pero el arte
puede ser piel
y no ser tocado
si no es el alimento
acostumbrado. 


sábado, 25 de octubre de 2014

Reiniciarse - aproximación a una hoja de diario

Quedé suspendida por largo rato en la aventura del pasado.

Eran las 10:13 pm. Llegué a casa con una potente sensación de confusión, me quité absolutamente todo y me recosté en la silla de la computadora para evitar a toda costa la cama, o cualquier cosa que simulara una cama o, en su defecto, una almohada (de lo contrario, me rendiría a Morfeo como si careciera de voluntad).

Acomodé un poco el escritorio, y para animarme tomé el Animalario Universal de Revillod (un mágico artículo que permite hacer combinaciones de partes de animales) y me dispuse a revisar cada una de sus 21 láminas de cartulina y sus 16 especímenes ilustrados, que llevan sus respectivas descripciones cortas, limpias y semi-científicas. Es un librito que nos miente, pero así es que se juega.

Así pues, en una especie de trance, en el que el único objetivo era desviarme fuera de los caminos de la realidad, nació el "Tilite": feroz animal de fuerte caparazón de las selvas de la India; y el "Catacanllo": resistente camélido de ágiles movimientos del desierto de Gobi.
Sonreí.
Y me pareció entonces que las cosas fabricadas con imaginación son las que más disfruto.
Anoté eso.

Le recomiendo que si ve por allí este librito de hermosas y delicadas ilustraciones en blanco y negro, de fauna imposible y fabulosa, no dude en adquirirlo.


Decidí entonces regresar a mi alrededor, todavía echada y con una sonrisa. Comencé a creer que ese tipo de días (y de noches), embadurnados de naturaleza muerta, son una bendición. Un punto de equilibrio, un borrón y cuenta semi-nueva. Sentí incluso, ya entrada la noche, ganas de llorar como si se tratara de un proceso orgánico para desechar toxinas espirituales. Un rito, pues.

Ese día además había removido demasiadas "sinrazones". Había pasado por cuestionar mi responsabilidad ante la vida familiar, y luego en la amorosa con un inventario patético (y lamentablemente en público) sobre qué debe hacer el chico de mi vida cuando le doy "las señales" de "lo que quiero hacer"; lo que, por supuesto, fue recibido con una cara de fastidio completamente justa (¿y qué otra iba a poner el pobre con mis cometidos de existencialismo antes de entrar al cine?).

Más tarde, una película ambientada en la Gran Sabana me trasladó a una infancia que, después de 15 años, me parece tan ajena y tan extraña que me hace pensar que la niñez podría ser incluso tiempo perdido (y potencialmente traumático en la vida del hombre). Por último, un desahogo difuso y poco argumentado (por Dios, comía una pasta deliciosa cuando me dio por llorar) sobre mi terrible temor a envejecer tendida cual organismo sin luz completó el día nefasto.


Y así fue que, sin quererlo, terminé por agobiarme un sábado por la noche.

Sentí nuevamente el vacío que me pide plenitud, cual borrachito de plaza que le aulla a la Luna.

Hace un año que vengo arrastrando esa sensación. Un grito a la locura, que espero concluya en buenos términos con mi propio yo.

Descubrí que pensar tanto puede evaporar el rastro más mínimo de razón. Y lo peor que puede suceder es compadecerse de lo no ocurrido.

Comienzo

Solo facilitaría el paso. Dejar la puerta abierta, las ventanas abiertas, y el cielo cerrado a los pies de la última palabra... facilitaría el paso. Dejaría entrar cualquier mala intención, llenaría la habitación de conejos salvajes, de gatos negros, de alces gigantes y cornudos como el miedo, y arrastraría toda pizca de humanidad por el balcón.

Una segunda oportunidad podría, entonces, nacer. Colmarse de lo que queda, para sembrarse en la tierra fértil de la soledad. Con algo de atenciones, en los adentros, en las raíces de su palpitante corazón verde y arenoso, despertarían los pétalos parlanchines, que llaman un nuevo amor con sus voces de coral.

lunes, 13 de octubre de 2014

Te absorberé

Estoy bajo la tierra.
Así se ve la noche hoy.
Me pesan los sueños, los primeros días, 
los besos detrás de la puerta.
Todo vuelve
y restriega la arena y le da paz,
como las olas, mecánicas.

Me interesa 
que me hables de lo que menos te concierne.
Así sabré que me confías
las miserias. 

No debe ser importante
todo lo que has recabado,
pero en mi sed de tomarte
debes saber que no hay límites
para un monstruo. 

Si tiro demasiado la cuerda
y no produce movimiento, 
no hay más charla
que yo pueda vencer.

¿Y habrás ganado?

Siniestro

Tengo en una caja
todo lo que no te he dicho.
Cuando la abra,
dejaré de ser quien soy ahora.

Negativas

Aceptaré mi posición aquí.
Estaré entre las ramas,
detrás de los ojos de las plegarias matutinas,
escondida entre el polvo danzarín,
perpleja por tu encanto,
seducida por la magia de un encuentro pequeñísimo,
celando los instantes en que sonríes al mundo...



Estaré meditando
tras la espesa hierba del parque.
Para cuando decida marcharme
me haya hartado de verte
solo a ti.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Placer para pensar

Está en el tope, en el ángulo invisible.Solo puedo ver la luz blanca que se copia entre las nubes, como una manta transparente que se deja colar por el cielo y reposa sobre nuestras cabezas. Es la luna la que está arriba, justo sobre el edificio en el que vivo, y no puedo alcanzarla. Por más que saco mi cabeza por la ventana, cual suricato en el desierto, no logro ver más que la luz que me dice "aquí está". No logro dar con su forma redonda y "pellizcable" que tanto me gusta observar.

No sé de dónde he sacado esta fijación, pero no es peligrosa ni perjudica a nadie. Así que, supongo, no debo temer. Mi única tarea, para evitar posibles daños colaterales, es no olvidar que parte de mi cuerpo está fuera del apartamento, mirando los techos de algunos edificios y a la calle sin almas (a eso que llamamos vacío, pero que está lleno de trampas). Si mi cuerpo trepa por la ventana más que lo que mi vértigo puede soportar, es probable que se acaben mis visitas a la Luna. 

Es entonces que mi espina dorsal me da la señal de que he cruzado la franja amarilla. Cuidado, es el límite, no sigas. Y dejo de insistir. No podré ver la Luna hoy, está fuera de todo alcance visual. 

Vuelvo la cabeza a su posición original, mirando sin mayor interés lo que sucede justo frente a mis ojos aún perturbados por la falta de Luna. Miles de lucecitas y lucesotas tratan de iniciar una conversación conmigo. Y a falta de satélite natural, conviene una charla apasionada con estas historias que pululan solas de hogar en hogar, ausentes de la presencia de otras a su alrededor. Eso fue lo que pensé: que me convendría.

Cada apartamento iluminado es una cajita repleta de sombras, voces, música, detalles. A oscuras, son parte de la nada gigantesca que se había adueñado de Caracas más temprano, y que todos los días llega más temprano a la que fue una capital activa y congestionada de almas nocturnas (buenas y nocturnas). Pero, las ventanas que emiten luz, cual estrellas azules rebosantes de juventud y lozanía, son un ecosistema de brillantes enlaces. 

Algunas de ellas solo transmiten rutina: un niño mira el televisor, un hombre fuma un cigarrillo, a lo lejos se ve que un grupete bebe algunas cervezas. Otras, solo provocan tormento con la música a todo volumen y las voces rumiando letras de los clásicos de las Chicas del Can. 

Fue entonces cuando perdí interés en visitar estos mundos, y al bajar la mirada te vi. Eras una sombra que se dirigía hacia todas partes. Sin rumbo, sin camino, te paseaste por la calle. En la esquina de los chinos, que ya habían cerrado sus puertas, el farol de luz soplaba vida intermitente. Era como un quejido. Si pudiera hablar seguro estaría pidiendo una muerte más digna, o un poco de paz... tal vez estaba llamando tu atención para que le dieras consuelo. Allí te recostaste un buen rato.

Por un instante creí entonces que tu figura se asemejaba al grano de las fotografías, que te desvanecías como arena, y que te perdía paulatinamente en cada titilar. Vi tus ojos e imaginé que eran azules, aunque no era posible detallar tal cosa a 14 pisos de altura.

La mitad de mi cuerpo sobresalía de la ventana. Me asusté. Comencé a reclamarte que te habías equivocado de víctima, que jamás podrías hacerme quedar como una suicida. Me senté sobre el mueble, encaprichada con la idea de qué era lo que había visto y su increíble magnetismo hipnótico que me casi me arrastra al desastre. Contuve la respiración con los ojos bien abiertos, como si alguien apretara mi garganta. Cuando relajé los músculos, me desplomé sobre la mesita llena de revistas, que cayeron como una cascada de chasquidos ruidosos y confusos contra el suelo.

Recuperé el control de mis nervios, pero no el de mi curiosidad. Volví a la ventana, desesperada por verte de nuevo. Allí estabas, acariciando a un perro mientras metías tu mano izquierda en tu bolsillo. Producías un sonido metálico, agudo. ¿Llaves? Pensé que era lo bastante ingenua por haberte confundido con la muerte, y me eché a reír. Giraste la cabeza. ¿Me viste? Creo que la risa no es de tus placeres favoritos, porque temo que te ahuyenté. Te alejaste un poco, pero todavía quedaba espacio para mirar tu sombra por el rabillo del ojo.

Por alguna razón te imaginé joven, y borracho. Con el cabello largo. La luz lunar se proyectaba con dulzura sobre tus formas, y creo que por eso también te imaginé gentil.

En un instante que cambié de dirección mi mirada, para comprobar que nadie más disfrutaba de la soledad como tú y como yo, te fuiste. O, por lo menos, ya no estabas. Probablemente te metiste en tu caja, en alguno de los edificios viejos de la cuadra en la que te vi por última vez, y ahora me mirabas tú desde la ventana en sombras de tu residencia. 

Jugando a que la gente no es gente, sino escamas de una jornada que llega hasta el final con otra cara y con otro legado, sabemos que somos los únicos en contemplar maravillados lo que para otros no existe. 

Y solo por eso fuiste todo. El espécimen en observación, mi pequeño placer para pensar. 
¿Quién te culparía a ti de estar en plena oscuridad exactamente por lo mismo?
Y, por último, perdona que te señale con tal confianza como si te conociera. Pero, por esos instantes, saber tu nombre y el tono de tu voz, o tu color favorito y lo que harás mañana, no era relevante. 

lunes, 11 de agosto de 2014

Cafeína por favor VI (Sin identidad)

He recorrido todos los pasillos, he mirado en todos los espejos, he preguntado en todas las esquinas, pero no me encuentro en algo o en alguien. Carlo ha hecho un daño profundo, tengo que reconocerlo, ha cavado un cráter lunar en medio del estómago, pero ha completado su misión en este mundo: trazó un antes y un después. Antes era yo, ahora soy un algo disperso. ¿Suena tan mal eso?

-¿Quieres chocolate?
-Prefiero un café, sabes cuánto me gusta.

Hay un Santiago. Ahora me acaricia las mejillas, y puedo, incluso, sentir mi propia piel. Es como de durazno, sonrojada por las atenciones. Al parecer estoy enamorada de nuevo, pero esta vez no me siento libre. ¿Es eso posible? ¿Enamorarse de nuevo? ¿No ser libre? ¿Me estoy equivocando? Santo Dios, son demasiadas preguntas... demasiadas, carajo, son las que me tienen sujeta a esta silla eléctrica, que me dice que tengo culpa en cada error y que cada error seguirá trazando las mismas rutas. ¿Es malo errar?

No pensé temer en repetir la experiencia de Carlo, aunque no he encontrado mayor amenaza en los alrededores. Una que otra amiga, cuya filosofía de vida es estar a su disposición, pero nada que pueda enfadarme hasta la locura. ¿Habré aprendido algo? ¿Aparecerá una Roberta? Será... será que he olvidado el valor de mi valor, es eso, sí... debe ser eso.

He dicho que formular tantas preguntas mientras se estima un sentimiento provoca pérdidas... se pierden caminos y se provocan distancias, uno queda como varado en la nada. Joder, que es una ocasión terrible para sentirme varada. Y eso me tiene aquí, me paraliza, me deja sin recursos para soñar...Ya va, pausa. Eso suena dramático en exceso, como a niña pobre de novela boricua, eso es culpa de Maritza... ay, mi amada Maritza, que anda tan feliz en una nebulosa que me ha hecho creer desde mi juventud que pintarse una nube y montarse en ella es la única forma de ser feliz.

Nebulosas, bombos y platillos. ¿Es eso lo que quiero? Quizás debería reconsiderar algunas cosas, como estar acompañada, tal vez la soledad es mejor consejera y yo simplemente la desprecié. Aunque no sé si del todo, capaz logré captar algunos de sus murmullos mientras dormía... ¿Serán tonterías mías o ayer estuvo mirando a la catira del apartamento 12? Demonios, ahora a este le gustan las catiras. ¿Me habré salvado de una tempestad más fuerte o es que ahora viene el huracán? Yo creo que no he aprendido la lección, y hasta que no me dé el último coñazo, frente a un hombre poco blando en su coraje, no perecerá nada de lo que pien...

-¿Qué piensas mi Lu?
-Nada. (Parpadeo como Betty Boop)
-Estás muy callada. Deberíamos dormir. Ven, acércate.

No importa. Nunca importa cuán cerca esté él, el pensamiento asesino me acecha. Asesino de relaciones, asesino de vida, marchitando mi única esperanza de sobrevivir. Está allí, mientras él dice que me ama, y mientras se lo creo. Siempre empieza así: creyendo. Y mientras soy mil pedazos mi mente se esparce en mil contingencias diferentes, estoy como desparramada por el universo. Acontecida, sin poder unir mis piezas. Una parte está amando, y la otra fisgoneando entre los cables rotos y los restos de un accidente.

-Voy al baño

Bendito sean los cólicos por el café a media noche. A veces me permiten escapar. Tienen la potestad de apuñalarme el aparato digestivo, pero me dan espacio y tiempo para pensar. Con el tiempo me he vuelto más pensativa. ¡Ja! Por Dios, qué ilusiones, estoy segura de que no podré salir de esta tampoco. Mascando detalles sin ton ni son de un extremo a otro: si no le tumbo el café a Roberta sobre su falso cabello rojo, entonces me retuerzo sola en las noches con latigazos de miedo. Me pongo a darle al coco... de un extremo a otro ¿se llegará a algún lado?

Ahora ando dando tumbos para no caer de nuevo en el hoyo. Dando tumbos, no sé para donde, porque no he podido recuperar un paso firme, incluso a veces me pregunto ¿qué quiero?... (Suspiro) Sí, totalmente. Hasta aquí llego, lo he descubierto. No sé nada de mí y me he quedado sin identidad.

Estos cólicos del demonio, pero no puedo echarles la culpa si me brindan algo de soledad para pen...

-¿Todo bien amor?
-Ammm, sí, creo que el café me cayó un poco mal.
-Mmmm... Te dije que comieras pasta de la que me envió la nona, tienes esa pancita vacía.
-Pero es que es muy tarde para comer pasta.
-Bueno, está bien. Te buscaré agua y una Buscapina.
-Gracias...

Con esas atenciones puedo sentir en la distancia sus caricias en mi piel de durazno. Se me antoja olvidarlo todo, como si me fumara un porro antes de entrar a clase. Así mismo, dejarlo todo, actuar como un navegante que se despide de puerto en puerto. Eso, me fumaré mi porro imaginario, me dedicaré a besarlo, y no pretenderé más ser perfecta... ¿Está bien eso?

¡Carajo Lucila! Toma una estúpida decisión de una vez, vive tu vida cuerdamente... no entre las cuerdas, jugando a las múltiples opciones. Vamos, que sí puedes. ¿Podré? ¿Es esa una de mis opciones? Tengo muchas cartas bajo la manga, todo es tan nuevo y tan estable, bicho no podría ser mejor. ¿Preferiría los bombos? ¿Quién dice que no los tengo, haciendo de todo lo que pasa una pieza musical?

Hay bombos y platillos en la seriedad de un te amo, ¿verdad? 

Silencio.
Se ha quedado dormido.
-¿Amor, mi amor?
Sí dormido. Es una señal. Ha llegado el momento de descansar.
Ya va...
Pausa.
¿Le he dicho "mi amor"?





domingo, 10 de agosto de 2014

Contra mí

Apreté los labios y todo se enmarañó frente a mis ojos. Las manos, oscuras y casi deformes, se dejaron caer como trozos de carne derretidos frente al sol amargo. Y mis facciones, que una vez fueron un llamado a la insurrección de intenciones oprimidas, se hundieron hasta pegarse a los huesos ¿Era un monstruo?

"¿Era yo un monstruo?" Te pregunté. Me miraste, o eso creí, pero ahora que vuelvo a repetirme las culpas veo tras tu esquema vidrioso pocas ganas de reconocerme. Y entonces, con mis dedos hechos cenizas, me enjuagué una pequeña lágrima, leve como una pausa.

Se fueron los encantos, se fueron las noches, y el tiempo regresó. Volví, o eso creí. Apreté los labios y todo se enmarañó frente a mis ojos, y un soplo casi divino, con olor a uvas, me despertó. "¿Era un sueño?", te pregunté. Y me sonreíste, mientras también tú despertabas.

"Nada de sueños", me dijeron las paredes, quienes ante su sólido estandarte poco saben que su propósito es diferenciar la ficción de las crueles verdades que disimulamos. ¿O me habrá hablado el silencio? Y, por dentro, muy dentro, apretujándose entre mis pulmones y cortando mi garganta, me pesaba un pensamiento.

Contra mí, yo.
Contra mí, el monstruo.
El monstruo, yo.