jueves, 1 de julio de 2010

Ella, la grande



La ciudad barre las colmenas del pasado.
Me arrastra a un espacio único, donde puedo ver el polvo atravesar mis dedos que intentan atraparlo, donde puedo ver historias cruzando las calles, paseando en los centros comerciales, cabeceando en los puestos de trabajo. Donde se transfiguran las siluetas de los autos y se hacen más altos y más curvos los puentes.
Las aguas son de perfume de cachivache y las memorias son vestidos de ancianas, de viejecitas mozas que comen tardes y tragan inocencias.
La ciudad me trae de vuelta a mi vientre.
Me siento tan nueva y tan sutil. Tan drástica, y tan vulnerable. Quién sabe si la ciudad sea consciente de su avasallador impacto, pero esto es definitivamente un conversatorio inconsciente de desquicias y miel. Un conversatorio con la muerte, con la infancia y con el calor. Con el sueño, la lentejuela y la llave de las puertas.
Es un todo, es una nada. Es un vacío que me recuerda a los pozos llenos de agua escarchada e interminable que nunca vi. Es un hoyo. Un cuento oscuro. Un maestro del disfraz.
Es una perla del caribe que espera a ser descubierta.
Es la ciudad que jamás me ha querido tanto como esta tarde.