sábado, 26 de noviembre de 2011

cantos opacos

Hace mucho que miro mi ciudad. La miro, por los puentes, por las luces, por la ventanas, por las damas. Compro sus revistas, me paseo por sus calles contaminadas, canto con sus ruidos impertinentes. Me divierto adjetivando su suplicio, ese que unos llaman tráfico y otros desventura. Es apetitosa esta ciudad, con sus miserias revueltas en el estómago de los transeúntes, con sus destinos desprovistos de paciencia, con sus librerías secretas, con sus plazas sin objetivos.

Esa vez, una mañana sin expectativas, me encargué de zarpar en el barco de la distancia. Como en una sobredosis de placer extremo, me ausenté. La sensación era la de un visionario sin camino, que recorre las rutas de sus mapas medievales en un mar profundo y solitario. La sensación era una combinación exacta de pertenencia cegada. Sentía que nadie podía verme, que era un pez más en un cardumen provisto con demasiadas preocupaciones.

Y ausente me fui por el bullicio de las calles de La Candelaria, sin esperar nada. Tal vez algo de anarquía, tal vez algo de Venezuela, tal vez algo de tristeza. Pero, en verdad, no esperaba nada. Mi ciudad, la ciudad, el centro épico de un país sin centro, me estaba pidiendo a gritos que no estuviera más en su desértico espacio sin estrellas.


Pero no quiero hacerle caso.
Sus cantos opacos me invitan a conocerla más.
Es un vicio éste el de ir y venir, el de permanecer, el de moverse. El de contradecir, por amor al misterio, por amor a los espíritus.

¿Nunca?


Hay veces que la confusión,
la única confusión,
proviene de las señales absurdas que lanzas por el precipicio del raciocinio.
No tienes idea del daño que haces
al forzar los sentimientos
a ser parte de una lógica de vida, de una misión, de la sensatez.
No los hagas existir, que no existen.
Te arrepentirás de recrear los falsos testimonios de una verdad que nunca vimos nacer.

¿Nunca?

Hay un terreno escalofriante que debo recorrer
antes de llegar a ti.
Y no estás, no estás, ¡no estás!
No hay manera de aprehenderte, no hay forma de regocijarme en un encuentro tuyo, porque nada se regresa a su punto original.
No hay retorno, no hay retorno, ¡no hay retorno!

La brisa se mueve entre los párpados incansables
que permanecen abiertos por una esperanza leve de verte otra vez,
retratado en el espejo de la memoria,
traído de vuelta a mi realidad como un pasado imperecedero.
Pero ya no hay el mismo calor entre cada tacto en la despedida,
el bosque se ha humedecido en el abandono,
la carretera es tan miserable como las palabras que se vuelcan contra la acera,
se estrellan contra las luces de la ciudad,
se quedan huérfanas de respuestas.

De pronto, en la confusión de la expectativa, me quemo con un pedazo de historia.
Y luego,
todo, como si nada.
Como si nada, como si todo, como si siempre, como si nunca...

¿Nunca?