domingo, 29 de abril de 2012

Alma con miedo

La repartición de bienes entre las mañanas mías y las tardes tuyas se convierten en un perverso plan para manipular mis vicios y controlar mis dependencias.
Las únicas voces que se escuchan vienen de una misma garganta: la mía, repetida mil veces entre las pesadillas y las noches sin descanso, entre los encuentros efusivos con la energía y la pérdida total de la bitácora. Entre el sentimiento de precipicio y la sorpresa enamorada. 
Como un torbellino de dudosa procedencia, me embarco en un pensamiento desconocido. 
El tímido calor de lo que no entiendo se apodera de las horas útiles.
Y mi tiempo se consume en un destello de infortunios frente a una realidad que se desmorona a mis espaldas, que no enfrento, que no quiero, que niego. Mi mente no está dispuesta a pensar y mis ganas no están dispuestas a continuar.
Se marchita la confianza en la incertidumbre, y el peso de un error muerde los escombros de esperanza que quedan entre cada somnolencia. Un nuevo estilo de vida se aproxima, un cambio casi voluntario se acerca, una soledad inesperada está mirándome desde la ventana del piso más alto del rascacielos que me intimida. 
Hay una fuerza que me absorbe. Me marea entre sus horribles pesadillas de descontrol. 
El miedo.
Todo es miedo. 

Encuentros a rabiar I - Fuga de identidad

-Money, money for me. I need some of money, una moneda. My brother, mi hermano in Los Teques. Debo ir a Los Teques... ¡Hi!, come on, come on. ¡Money! 
Lo miraba asustada. Estaba sentada sin ejecutar movimiento alguno, con una cara de terror que ocultaba con poca gracia entre mis ojos perplejos en estado de impresión absoluta. ¿Qué rareza caraqueña es esta con la que me he venido a encontrar? ¿Pero qué carajo es esta vaina? ¿Pero qué....
-No lo mires.
Una mano sudorosa me jaló por el brazo izquierdo. Era una presión conocida, de una temperatura conocida, de un agarre conocido. Era él. "¿Qué hace aquí?" Pensé. 
-¿Manu?
-Sí, Rebeca. Pero ya no más Manu, ya no más Manuel. 
-Estás... cambiado.
-Uno se va a las costas frías y regresa cambiado.
-¿A las costas frías? ¿De qué rayos hablas Manu?
-Ya no más Manu.

 Caminamos hacia el café más cercano, a dos cuadras. Manu pidió un té sin azúcar muy frío. Bajé la mirada por  un instante y miré mis caderas para inspeccionar las posibilidades de la zona. "Todo en orden, me puedo dar un gustico", pensé. 

-Una merengada de Óreo, por favor.
-Gorda. Piensas como gorda. 
-¡Manu! ¿Qué coño fue eso?
La chica de la barra nos miró por un instante con las ganas contenidas de reírse, y se volteó con rapidez para ocultar la gracia que le hacía el comentario. Los demás chicos de la barra miraban a Manu con ojos diversos, con intenciones de diferente categorías, con pensamientos secretos de distinta naturaleza. La sensación de circo era realmente desagradable, y aunque Manu se veía muy cómodo en aquel estado de show ambulante para mí era una verdadera vergüenza pública. 
Manu le picó el ojo al chico de la barra que preparaba el té. Volteó la cabeza con un giro exagerado y me miró muy de cerca. 
-Es una forma de entrenar tu mente Rebeca, para que mantengas la línea. 
-Claro... ¿proviene también de las costas frías?
-No. Es buen gusto. ¡Ja!


Manu ya había visto al tipo con inglés improvisado que me había sorprendido en la calle. Hace mucho que no viene a Caracas, pero conoce a cada fenómeno que la habita como si se tratara de un círculo social al que, sin desearlo, tiene acceso absoluto. 
Supuestamente es un trinitario loco que pide limosla cerca de la estación del metro. Uno que otro ingenuo le regala dos bolívares, pero para él no es suficiente y se va quejando en la lejanía con voz afeminada. Su apariencia es todo un misterio, entre étnico y estrafalario, con un gorrito de colores que resalta su piel oscura y una sensación de diva que simplemente no se entiende con la pestilencia que carga.

-Es mejor que no lo mires porque se pone a contarte absurdeces. Es un loco
-¿Cómo sabes eso?
-Ya me lo he encontrado varias veces desde que regresé a Caracas, y antes también. Antes, todo el tiempo.
-¿Todo el tiempo qué?
-Me lo encontraba Rebeca, antes todo el tiempo me lo encontraba. ¿De qué estamos hablando pues?
-Bueno pero, no me trates así Manu.
-No más Manu.
-Y dale con eso... Entonces, ¿cómo quieres que te llame ahora?
-Por mi nueva identidad. Eva.
-Por Dios, que nombre más pavoso.
-¿Y tú quién eres para juzgarlo?
-Pues tu mejor amiga, desde que tengo memoria. La que supo antes que nadie lo que nadie quería saber.
-Fueron tiempos duros. Pero en Europa me dejé llevar por la libertad. Las costas frías...
-Te pasaste de intensa Manu... Eva.
-Quiero ser poeta.
-¿Has logrado escribir algo?
-No. Nada. Pero eso no importa.
-¿No importa? Dices tonterías entonces. 
-Lo que digo es lo que quiero.
-¿Y lo que haces? ¿Es lo que quieres?
-Es de lo que vivo.

Hubo un silencio repulsivo. No quise preguntar más nada. Por miedo, por pudor, por respeto, porque simplemente no me apetecía saber. Hace tiempo que conozco a Manu y fui la única en predecir sus cambios tempranamente. Desde el día en que me dijo que su pene le estorbaba muchísimo, que era desagradable para él, que no servía para nada, que era antiestético, que no soportaba el calor entre las piernas, y que con eso allí jamás podría ponerse una falda. 
Luego, 10 años más tarde, fui la primera en escuchar una confesión más concreta: "De ser algo, o alguien, seré una mujer". Manu tenía 35 años, y así se despidió de mí en el Aeropuerto de Maiquetía antes de abordar su vuelo a España. Yo tenía 33. Y un novio estable, y un gato, y un trabajo como diseñadora de carteles para los eventos culturales en Caracas. 
Desde entonces la vida se había vuelto bastante monótona. Pensaba esporádicamente en Manu. Pensé en el tamaño de las tetas que se pondría, y me daba risa. A los 23 ya había pensado en eso, y lo comentaba constantemente pero no se atrevía a alterar su cuerpo de tal manera, era un chico temeroso. Pensé que una vez con las lolas figurando en su cuerpo moldeado y falso se sentiría lo suficientemente seguro como para olvidar su identidad enfermiza y tímida. Como si aquellos dos ingredientes de la feminidad se convirtieran en la fuente de toda la fuerza de un nuevo estilo de vida.

 

Pero ese día no estaba contento con Manu.
Ni con Eva.
Era escandalosa, descortés, poco inteligente, fastidiosa en demasía y, además, me tenía que calar su actuación patética de diva regañona. Luego de darme una lección innecesaria de medidas divas y peso ideal, sumado a una completa destrucción de mi imagen personal, que siguió con una insatisfactoria invitación a operarme el culo y hacerme una lipo, dije sin remordimientos: 
-No te soporto Eva.
Se rió de mí como si no le importara. 
-Pues gorda, búscate a otro Manu. 
-No seas ridículo Manu.
-Si me llamas Manu de nuevo te olvido gorda. Aunque debería hacerlo sin remordimientos desde este momento. No estás preparada para juntarte con Eva, "la libidinosa". 
-¿Qué? ¿Pero qué carajo M...
-Hey, hey, hey, mucho cuidadito Rebeca...
-Eva. Estás fuera de tu cauce. 
-Eva está perfecta. Es perfecta.
-¿Y Manu?
-Es un defecto de fábrica mi amor.


Tomó la cartera enorme que traía consigo, y la agarró con tal fuerza que arrastró la silla donde se hallaba. La cartera era pesada, no tenía idea de cuántos bolsos, bolsitos, bolsas, bolsones, de maquillaje podía tener allí aquella mujer sin sentido. 
-¿A dónde vas?
-A mi cita. Ya te rescaté del loco trinitario, ya me tomé un té contigo, ya me dejaste boquiabierta con tu falta de sensibilidad. Gorda, haz algo por ti. Yo me voy a mi cita. 
Y se marchó.
No llamó más.
No supe siquiera si había vuelto a España en esos tres meses de completa desaparición.
No había rastro de Eva, y pues, de Manu hace mucho que no hay ni pistas de su existencia.
En su carrera de diva dejó caer un espejo, y lo guardé con sinsabor en la garganta, pensando una y otra vez en su manera insultante de decirme "gorda". Con ese tono tan falto de cariño y de amistad, tan lleno de prejuicio. Yo digo "gorda" y me suena a ternura, a frase cliché para saludar a una amiga, a intención dulce. Eva dice "gorda" y suena a egocentrismo, a insulto, a burla irónica. 

Yo pagué la cuenta, tomé mi bolso, miré el reloj, y caminé confiada hacia la estación del metro.
-Money please, some. ¡Hi! Moneda, ¿tiene una? Do you speak english? ¡Hey!
- Señor, señor, mmmm... señor, hola, señor. Quisiera hacerle una pregunta. Señor... 
-Yes? Money?
-No
-So?
-Conoce a Eva?