jueves, 29 de octubre de 2015

La parte oculta / Lucha por dentro

Mucho o poco sabes de mí. A veces incluso te crees dueña, todopoderosa, trascendental. Pero no importa cuántas noches te desveles o si durante los silencios te ocupas solo de olvidar, no conseguirás desprenderte de esta piel. Insisto como un eco que se quedó atrapado en el túnel de tu oído izquierdo, mientras te susurras por el derecho que todo estará bien. Te sacudo las costillas, mientras te das palmaditas en los hombros. Te hago trenzas para enredar más tu cabello, mientras te pasas el secador por las mañanas. No conseguirás desprenderte de este espíritu.

Hoy finalmente me acostumbraré a ser quien soy. La resistencia encontrará su fin, como un auto que se detiene en la luz amarilla poco a poco hasta que, sin darse cuenta, ya está quieto y poniéndose a tono. Como los locos que se mienten a sí mismos para crearse el mundo cuerdo, obligados a pertenecer a él, me obligaré a quererte y veré cuánto dura esta farsa. No prometo nada, excepto una cálida bienvenida para comenzar.

Ese día me costó tranquilizar mis nervios. Qué sería de mí sin una contradicción, sin un enemigo, sin un revés. La parte oculta de nadie no se está quieta en la quietud. La armonía no es lo suyo. Algo me inventaré para que vuelvas a mí, llena de odio, y te precipites a reclamar territorios y a declararme la guerra. No puedo dejar de existir, empequeñecida por esta nueva grandeza tuya que se cree celestial y poderosa como para quitarme poderes y sentarme en un rincón del salón. ¡Castigada! ¡Sí! ¡A eso me has sometido! A tu castigo.

Había pasado un mes de plena luz y calma, cuando una noche te acercaste a mí y me dijiste mentiras. Recuerdo que apenas había metido un pie en la cama. Sabía que eran mentiras, porque durante las noches es lo único que sabes hacer: martirizarme con trucos para provocarme el insomnio. Pero comencé a contar vacas, luego, para que el sueño fuera más ligero, conté ovejas, y cuando llegué a las 161 (odias los números capicúas) me quedé profundamente dormida. Sin embargo, al día siguiente no me sentía para nada bien, y un cansancio terrible consumía toda vitalidad. Mi jefe me miró poco complacido, y me dijo que me fuera a casa. El tedio era grande, no tenía ganas de nada, y escuché decir a la nueva chica de Recursos Humanos "¡ja! yo sabía que no se podía ser tan perfecta!".

Días más tarde volví. Te habías recuperado del resfriado misterioso, diagnóstico que resolviste darle porque no tenía nombre alguno aquel desgano tuyo. Decidí que no te asediaría durante la enfermedad, porque ni a ti ni a mí nos gusta que nos fastidien en épocas rumiantes. ¡Ja! Pero una vez que te vi recuperada, probándote un jean en una tienda del centro, volví. Esta vez con más inseguridades que nunca para jugar en tu contra, aprovechando que podía comenzar por recriminarte ese físico descuidado que comenzaste a padecer desde que abandonaste la universidad.

Gané la batalla contra ti y contra el jean, y pagué además por una camisa hermosa que jamás me pondría, pero que me parecía perfecta en todo sentido. Salí tan confiada, que estuve a punto de llamar a Raúl, de escribirle a la chica de Recursos Humanos que era una tonta, y de hacerme un tatuaje bajo la oreja izquierda, cerca de la nuca. Pero me calmé. Comencé a caminar más despacio, a mirar el cielo, los árboles. El calor me achicharraba los ojos, pero en cuanto encontraba una sombra tenía chance de percibir una brisita otoñal. 

Fue entonces cuando te diste cuenta de cuán importante era yo en tu vida, de que mi poder oscuro era una fuerza milenaria que te atraía hacia el bienestar, que había en mí más satisfacciones que amarguras. Que sin batallar contigo no puedes vivir feliz.