sábado, 25 de agosto de 2012

Cafeína por favor III (El hoyo)



Aún no podía creer lo que había hecho. Después de recordar a Roberta lloriqueando de mentira sobre las piernas de Carlo, cualquier cosa que hiciera no tenía ni la menor posibilidad de acercarse al pecado. No había quien me juzgara porque la hora del juicio se había quedado atrás, muy atrás.

-Hola Lucila.
-Benjamín... ¡qué puntual!

Es alto, moreno y cool. Sí, cool. No tengo mejor palabra para describirlo. Tal vez sea por eso que no me convence: no hay nada mejor para describir a Benjamín que una palabra hueca. ¿Hueco él o hueco yo?
Ya no importa, el mal está hecho. El daño agujereó mi conciencia y es ahora (tan tarde, tan tarde) que me vengo a cuestionar, que me aterrorizo al sentirme rara, que me propongo mirarlo con esos aires huecos que me impiden descubrir quién es.

Es hora de huir. ¡Sí! En  estampida, dejando asombro sin rastro. Llevándome todo a su paso. No lo volvería a ver, adiós, arrivederci. Ola del mar, vengo y me voy. Lo dejo sin palabras, sacudo la puerta, miro por la ventana y en cuanto presienta que se volteará a buscarme entre los caminantes de la avenida giro y comienzo a marchar sin mirar atrás... pero entonces saldrá a buscarme y no tendré salida. La calle, la gente, las miradas. Quedaré como una tonta, y de nuevo, mandaré todo al diablo.
Si le diese una pista, si le preguntase qué pasa por su cabeza, ¿sería todo más sencillo? Tal vez debería acercarme y...
-Tienes las manos heladas Lucila

Claro, claro. Ahora toca mis manos, ya no puedo. No hay salida, él dirá algo romántico, me sentiré comprometida. Se irá con una sonrisa, dejaré caer mi cabeza sobre la mesa... podría fingir demencia en el peor de los casos... Tal vez ahora puedo asumir que nada pasó y actuar como si...
-Deberías pedir un café. Tal vez eso te ayude con el frío.
-Sí, sí. Un café ayuda a despejarse... despojarse del frío. Despojarse, ¿no?
-Claro. Sí. ¿Un marroncito caliente?
-No, no. Oscuro. Así, así, negrito.

La joven que aquella vez había participado en mi plan psicópata de celos me miró con soberbia infinita. "Yo te conozco", me decían sus ojos. Gran cosa, niña, pensé, a mí no me importa. Coqueteó con Benjamín, entre indirectas desagradables y picas de ojo innecesarias, y se fue.
-Qué linda ¿eh?
-Sí. Linda.
-Así es mi hermana. Alta y pelirroja...Ya no es una chiquilla. Mañana se casa y...
-¡Ah! Qué bien. Una boda. Espero que su prometido no tenga tentaciones fáciles a las que sucumbir. Digamos, una Roberta que se aparezca por ahí...
-¿Ah?
-Sí, mira, no te daré explicaciones. Es intolerable para mí.

Benjamín se echó a reír. Mi descontento no podía ser más evidente.
-Tus manos están frías pero escupes fuego Lucila. ¿Qué tienes hoy?
Desconcertada, me di cuenta de que mi esfuerzo por hacer de mi desaparición algo deseable y oportuno no iba a funcionar. Aquel joven, que decía tener 32 años, era un adolescente sin causa. Un cúmulo de clichés, optimismo, y verborrea barata. Sí, sí. Ya lo he visto todo, y este es hueco. Hueco.
-Estás muy callada.

¡Dios mío! Ya basta con este interrogatorio de ánimo. ¿No te das cuenta hombre de que esto no va a ningún lugar? No comprendes que no es posible, te desvistes por la noche y después hablas demasiado. No, no, no. Nada bueno sale de este tipo de cosas, ¡compréndelo por favor! Comprende que estoy arrepentida de este café absurdo... desde anoche.
-Seguramente aún estás dolida por Carlo. No es fácil. Comprendo Lucila. Pero no debe afectarte más, sal de ese pasticho. No nos empastichemos los dos...

Es extremadamente ingenuo. Llevo horas sin decir ni media cosa con sentido y aún cree que todo es culpa de Carlo. Ese es el olvido, ese es mi pasticho. ¿Y qué demonios le importa a este...? ¿Empasticharnos los dos? Nada ha pasado como para concederle tal confianza, tal momento de intimidad ferviente y ciega. No puede ser tan ingenuo... no. No lo creo. Él debe saber, mejor que yo, que todo lo que dice es un falso placer del lenguaje de la conquista. "Me importas", dijo anoche. "Te quiero", siguió diciendo mientras yo prefería no entender nada.

Y ahí, y ahí es donde te fuiste de estúpida Lucila. Buscar el silencio en una comunión absurda de carne con un hoyo hipócrita. Se enreda demasiado con la  procrastinación  del  desenlace... se hace el loco, dice que todo es real cuando sólo cree en las verdades ilusorias. Se da de filósofo y todo. ¿Erudición pura Benjamín? ¿Eso es todo lo que tienes para darme? ¿Una utopía? ¿Una careta? ¿Un falsete en LA menor?
Ese es el problema. Que me fui con un mentiroso buscando el silencio. Es que me paso de exigente...
-Lucila. Debes hablar conmigo. ¿Qué piensas?

Preguntas innesesarias Benjamín...pienso lo mismo que tú.

-Bella Lucila, ¿por qué me miras así? Esa cara de ángel que tanto me intriga...

Y dale... y dale.

-Aquí están los cafés. ¡Buen día!
-¿Es linda no? La chica...

Y dale.

-Linda, sí.
-¿Estás celosa?

Y dale, y dale. Ahora pone esa cara de provocación adolescente. Desagradable, poco realista.
Quiero escapar de aquí...

-No te pongas celosa. Eres bella Lucila, Linda Lucila.
-No estoy celosa Benjamín.
-Debes olvidarte de Carlo.

Y ahí llegó mi señal. El primer sorbo de café, la distracción con las piernas de "la señorita te conozco" que pasaba a dejar el azúcar. Carlo... jamás debió mencionarlo de nuevo. Era como un dispositivo que despertaba las más insolentes sensaciones en mi imaginación. ¿Por qué querría controlarme con un hombre que ya ni existe? ¿Por qué cree saber todo sobre mi residuos emocionales de Carlo? Hace meses que no existe...
-Y ahí estás... penando en él. Ya olvídalo Lucila. Eres tan linda... ¿sabías? Deberíamos ir a la playa este fin de semana. En la playa me pongo...

Y de nuevo el retrato infantil con cara de falso interés por mis posibilidades de erotismo oceánico...
-Lucila, dime algo. ¿En qué estás pensando? Me asusta esa mirada...
-Sólo te miro Benjamín.

Se fue acercando poco poco hacia mis labios. Cree que cuando lo miro fijamente estoy revolviendo entre mis emociones alguna secreta admiración, o tal vez piensa que lo contemplo como su  voyeurista  personal. O tan sólo no imagina nada, no hay nada que busque o que quiera buscar en esa mirada.

-Me encantó desayunar juntos Lucila.
-Claro...
-¡Chao!... eres linda.
-Gracias Benjamín...
-Esta puede ser la última vez que nos veamos.

(¿Qué dijo? ¿Qué se cree? ¡No soy una ingenua!)

-Lo sé. Adiós.

Benjamín subió a su auto con la sonrisa a medias.
Y yo, finalmente, me sentí aliviada de culpa.
El agravio: haberme expuesto sin medidas preventivas, sin objeto.
Pensé en Carlo y no sentí nada.
No pasó nada que pudiera ser juzgado como un pecado. No había quien me juzgara porque la hora del juicio se había quedado atrás, muy atrás.
Y era suficiente con sentir la confusión de aquel improvisado deseo de una mentira.