martes, 21 de febrero de 2012

Cafeína por favor I (El café se toma pensando)

-Gracias.
-Aquí tiene.
-Gracias
...
-Señorita, gracias por el café.
-¿Algo más señor?
-No, gracias.
-Ya dijo gracias antes.
-Es mi trabajo como buen cliente.
-Claro.




La señorita, sin comprender nada, se retira. Digo que es una señorita porque se ha sujetado el cabello con una cola de caballo floja y sin sentido. ¿Por qué amarrarse las greñas de esa forma? No tiene sentido, no tiene sentido.
El café está muy, muy bueno. Y la calle está limpia esta noche. Con muchas luces, con mucha gente, con mucho de todo, como una buena ciudad de locos. Limpia de cordura. Como todos sus habitantes.
Estaba con Lucila hoy. Le he gritado tan feamente, tan mal, tan mal me he sentido luego.
Debí verme como un enfermo lunático, o como un ladrón sin control, con aspecto de drogadicto. Sí, así, con las pupilas dilatadas y la voz de Emily Rose mientras su cabeza gira 360°. Debió ser todo un espectáculo.
Que cruel la naturaleza animal. La odio, la odio. Es... cruel, vil, sorpresiva. Nos toma en las mañanas más hermosas para arruinarlas, en las veladas más cursis para envenenarlas, en los sopores más gentiles para asfixiarnos... y cuando estoy con Lucila.
Que enfermo me debí haber visto.
Que desgracia, ahora lloro. La pérdida del auto-control es una verdadera desgracia.
Es como los celos. Las incoherencias son como los celos.

Las incoherencias
son letales,
son fatales,
son horribles, monstruosas. Las odiamos porque despiertan sospechas.
Nos dejan con la boca entreabierta, dando vueltas como perros con hambre.
¡Una respuesta, una respuesta, una respuesta! Demonios, ¡anda al demonio respuesta!, ¡vete al diablo! Pero no se va. La búsqueda es inquisidora, y termina por lastimar a alguien. ¿Por qué?
Todo pulula en la mente enloquecida. Todo lo que probamos con la boca abierta, toda el hambre, se restriega contra el piso de la nada. Se da coñazos contras las paredes. Un hueco enorme se hace entre las cejas, y aún así no damos con la verdad. Con la verdad que queremos oír.
Nos sentimos exhaustos cuando nos perdemos en la ruta un domingo por la mañana, sobre todo si estamos animados por llegar a alguna parte: a la playa, a la casa de José, a la puerta de una licorería de chinos.
¿Cómo nos sentimos si el pensamiento sigue una ruta hacia la nada? ¡Hartos!
¡Basta, basta, basta!
Debo dejar de sentirme tan culpable, o moriré de indignación.

Nos dormimos sin una respuesta.
Nos regresamos al primer punto. Media vuelta, gira a la izquierda, estacione allí. Tome, aquí tiene. Gracias.
Y allí nos quedamos.
Jugando a ignorar las incoherencias.
Letales, fatales, horribles, monstruosas, nos quitan el sueño. Para eso está la cafeína.

-Gracias señorita.
-Claro.

Y me voy. Suena la campanita, ese sonido al que ya me acostumbré y que antes me parecía un estorbo. Suena la campanita que anuncia mi salida. Otro cliente abre la puerta, vuelve a sonar. Comienza a fastidiarme otra vez.
¡Ah! Pero ya ha llegado el metrobús.
Fabuloso.

lunes, 20 de febrero de 2012

Donde estés

Donde estés no estoy, y es tu culpa el misterio de mi desaparición. Me has arrancado de tu realidad como una flor sin marchitar, como un destierro, casi un exilio. Convertiste algunos sueños en mi depósito personal. Te cegaste a vender el alma a un sólo lugar. Y ahora te sigue gente, te buscan las tardes de birras, me dejas sin meditarlo en un vacío latente. Déjame decirte que no se aguantan los caminos que dejan de existir, los cielos que dejan de amanecer y las mismas costumbres cuando se va a comer. No se aguanta que te hayas ido a un sólo lugar. 
Donde estés
ya no importa.