martes, 12 de febrero de 2013

No solo carne

¿Y ahora qué sigue?
Apenas puedo dejarme no sentir nada.
Apenas alzo el vuelo.
Es contagioso, una plaga sincera.

lunes, 11 de febrero de 2013

Los primeros pasos

La contemplación nació en las tardes, en la lentitud de las tardes.
El sol se adentraba en los huesos de la casa, en los ojos grises del abuelo, en los vidrios de los ventanales... pero lo que más le gustaba eran las sombras que caían en el piso de granito, con sus formas raras y cambiantes, como un juego de niños. Era justo y necesario detenerse con ellas, con el polvo que emergía de su clandestinidad, con las horas sin tareas.
Era merecedora de toda su atención la sombra. Senil, perecedera, siempre triste, se asomaba a eso de las cinco y se convertía luego en toda oscuridad. Al perder su encanto, era entonces la luz la que condensaba toda admiración.

***
Siempre contradictoria, su pasión por lo fútil la hallaba adormecida entre sus pensamientos, mirando, siempre mirando, cómo desaparecía la luz y cómo se marchitaba la sombra. Tal vez pensaron que era rara, que le gustaba la nada, que era una chica feliz y punto. Tal vez por eso le fascinaba perderse, ser niña a los 22, ser niña a los 30, ser niña cada vez que se lo pidiera ella misma. Tal vez por eso le resultaba normal y grato fantasear con frases largas y sin sentido, y entre la niñez absorta que llevaba consigo solo podían notar a su alrededor que era sencilla y estaba contenta. ¿Y para qué más? Tal vez por eso no encontró estorbo en la multitud, ni en la soledad.

En la contemplación podía distinguir historias, y eso le llenaba de tal forma que comenzó a escribir. Si dejaba cada cuento o cada personaje derretirse entre las sombras ya sería muy tarde. Sentía compasión por su memoria, y nada era más placentero que recogerla de vez en vez para ayudarle a seguir imaginando.


La contemplación le regaló de oportunidad de crear silencios. Ella cree que así conoció el arte, y se conformó con saber que cada forma de arte, en su concepción menos ortodoxa, era la imagen de su relación con las cosas. Probablemente, si se quiere saber un orden cronológico, primero ejerció la contemplación con el dibujo, luego con la escritura, luego con la fotografía. Fueron y son herramientas para dejarse muy en claro que todo lo que ve tiene el poder de calmar su aburrimiento, y que si lograba transformar en algo físico lo que se imaginaba, lo que veía, lo que degustaba, lo que tocaba y lo que oía estaría satisfecha de por vida.


***
Seguramente... no... tal vez, tal vez así se sienten los escritores cuando han culminado una obra de su contemplación.  Ya sea una novela, un cuento de ficción, una crónica, una reseña... lo que sea. Lo que venga. Acoger el zumbido de una historia que no pueden dejar escapar, porque, de lo contrario, se sentirían infieles con su propio placer. "Debería escribir sobre eso", dicen algunos... y es así, así se reconoce que han sido criados en el maravilloso arte de la contemplación que conecta con otros tantos.

Unos lo llaman observación, pero ella cree que esa parece una forma egoísta, parca, y poco sincera de un acto más humanista que científico, más personal que colectivo, más de uno que de nadie.
La contemplación es solo un paso, una recreación de lo que hay allí y que nos encanta ver. Nada mejor que quedarse en ese principio de todo, en el que un hombre es un cuento sobre las tortas sin harina, o una crónica sobre su forma de fumar, o un reportaje sobre las mujeres chismosas, o una entrevista con un filósofo joven, o una columna sobre las borracheras con sentido.

Si miras bien,
si contemplas las sombras y las luces,
has escogido la oportunidad de ser otro.
Un ser invisible que ve.
Y que, mientras se voltea hacia lo que piensa y se zambulle en lo que le rodea,
se convierte en un revelador de historias.