martes, 12 de julio de 2011

Se hizo la figura de un momento ilusorio


Esa noche, a las 9 en punto, el mundo decidió arreciar con la lluvia extrema al calor de la tarde que caía sin demora sobre Caracas. Por un momento, hubo un punto muerto entre la respiración y la duda, y sentí que la calle entera tembló en la comparsa de imágenes que se desplazaban quejumbrosas e insistentes por la habitación.
Detenerse a verlas era un deleite, una nutritiva fórmula para convertirlas en una excusa de la realidad próxima. Un argumento, más no un motivo, de lo que pasaría luego.
Luego de haberte visto bajo los colores de tu cámara vieja, de rollo y experimentos; luego de haber visitado los fantasmas de tus fantasmas en los álbumes de cordura, de definición y de descripción (que guardas para guardar y guardas para mostrar), luego de pisarte el pecho con la burbuja tendenciosa del eje de gravedad, luego de dejarte moldear el hueso sobresaliente de un deseo muy tuyo... se hizo la imagen, se hizo la noche de la fugacidad, se hizo el despertar, se hizo el desvelo, se hizo el viaje, se hizo el tren de los caprichos.

Y partimos hacia nuestras casas, quietos en la enigmática espera de una vez mucho más larga y menos pertinente.

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