sábado, 6 de febrero de 2010

CONFESIÓN I

He dejado de ser yo, de un cierto modo extraño y patético. Me he soñado miles de veces sentada en una banca, pensando. Pensando, pensando. ¿Es que hay otra cosa mejor?
Pienso, sentada en dura banca de concreto, o suave almohada de aire, que ya no soy yo. He dejado de leer, he dejado de escribir, he dejado de creer. Mi talento, cuestionado tantas veces, me parece agobiante de tratar. Hablo con los duendes, hablo con mis cartas y mis confesiones y me siento presa de un terrible rapto de mi seguridad, un tremendo error para quien goza de la locura y vive de ella, incluso porque sus pesares se liberan en una manía loca y aristotélica de pensar sin rumbo, de mirar sin rumbo, de escribir sin rumbo aparente, por creer simplemente en un placer estético de escribir. Que tan malo, que tan bueno, que tan tonto, que tan necio puede ser. No lo sé, nunca me gustó pensarlo, nunca creí necesario tanto cuestionamiento perfecto. Ya no soy la misma, estoy en una crisis. Hay muchas chicharras que cantan sin parar, no me dejan, no me dejan, ¡NO ME DEJAN!
Duérmete niña, duérmete.

No hay comentarios: