miércoles, 13 de mayo de 2009

La calle de los recuerdos: Cada párrafo una avenida


YO SÓLO ESCRIBO, y que bien se siente.

Encierro a los curiosos duendecillos del recuerdo en una cajita litográfica de tinta líquida negra, o del color de mi preferencia, espesa como el pensamiento.

Tinta que se funde entre las fibras de papel, que harán comunión sagrada para convertirse en la casa de los duencillos. Aún siento que giran y giran sobre la mesa... corriendito llegan y se apretujan, un recuerdo viene tras otro:

-¡Yo quiero entrar primero! ¡Yo quiero casa ya!

- Esa casa es mía, ya compré esa palabra.

- ¿Con qué dinero duende hermano?

- Con la velocidad de mis piernas, hermano.

- Cierto... las palabras no se compran.

- No hermano, nuestras casas son honestas y se salvan de la codicia porque su único valor es que son gratas a muchos, y los hace felices a su modo.

Y así va llegando cada recuerdo. Un duende. Un recuerdo. Una palabra, su hogar. Un escondite quizá, para algún recuerdo tímido, un albergue para un recuerdo desprotegido, una cárcel para uno rebelde, una habitación de intimidades para un recuerdo enamorado.

Y así, calles y calles de casas, infinitas frases y párrafos enteros de recuerdos vecinos de duendecitos de tinta y gas.

Gaseoso pensamiento. Hay unos duendecitos que se regresan sin hogar. Malhumorados nos retumban en la cabeza:

- Soy un recuerdo olvidado - dice uno.

- Mire que casualidad y qué ironía - dice otro- A mí me han dejado a un lado porque era menos importante.

- No, no es eso hermano

- ¿Y qué más puede ser?

- No es el momento de ser recordados, hermano.

-¿Hay esperanza entonces?

- Siempre las hay en el mundo de la palabra. Ella es la esperanza misma que nos rescata de un silencio abrupto.

Y juntos y tranquilos regresan a reposar en nuestra mente, en un sueño de mil y una noches, o tal vez cien, tal vez sólo una... todo depende de cuándo volveremos a esbozar frenéticamente casas de duendes. Palabras.

miércoles, 15 de abril de 2009

CUANTAS VOCES


Hablando de cosas no tan superfluas, estábamos esa tarde calurosa y cerrada, cerca de los ventanales del salón, un poco distantes del suicidio del aburrimiento, y muy ocupadas defendiendo nuestras posiciones sin hacer la guerra. Así eran las clases de Literatura, para los que se tomaban el acto de pensar en serio. Y esa vez estábamos discutiendo del verbo y la carne y la palabra y la carne. Porque el tema era que la palabra habita en nosotros. Pero hablo de esa palabra que hasta los mudos pueden pronunciar, porque la palabra también es escrita, y sobre todo porque el verdadero silencio se posa cuando las aves, los ríos, y las risas se callan y se viene encima una tremenda desgracia, que es generalmente producto de alguna cosa del hombre, algún engendro hijo de su amargura, de su orgullo o de su animal instinto. La guerra es un sitio de silencio, por ejemplo. Y allí falta la palabra por ejemplo. Y allí comenzamos a discutir porque yo decía que el silencio estaba turbando al mundo, pero las demás me señalaban con las miradas y me veían con los dedos perdiendo la cordura porque decían que tenía un ataque de insensatez. Lo podía sentir en el tono de sus voces y en las risas. Entonces yo también me reí y decidí pensar antes de ceder ante sus razones.


La discusión fue interesante. Cuatro chicas pensantes en una tarde son un atractivo para cualquier literato que desee indagar sobre estas especies en extinción. Pero algo en mitad de todo, interrumpió a las pensantes y se detuvieron a contarse cosas. Y descubrí que yo tenía dos voces, y que una de las que estaba a mi lado tenía una voz muda. Y me pareció tan gracioso el hecho de descubrir tantas cosas cuando no se buscan que la cosa se quedó en mi cabeza, y tenía ganas de salir y de contárselo a todos y de escribirlo, sobre todo de escribirlo. Realmente me resulta grato y loco, bellamente loco, todo aquello.


La cosa era que tenía dos voces. Dos voces que no se tocaban nunca aunque estuvieran en la misma garganta. Dos voces hechas con las mismas cuerdas vocales, labios y aire, pero con diferentes gestos, pensamientos y miradas.


Una me gusta más que la otra, pero temo que no puedo prescindir de ninguna de las dos, y no me libraré de mi bipolaridad de voces que tanto me divierte. No me contradice, paradójicamente, las voces están allí y cada una sale a su conveniencia. Una me dice que el amor se puede tocar como la música y que las matemáticas sólo buscan dar verdades absurdas para no tener que creer en mentiras lógicas. Y la otra voz me habla de las manifestaciones psicológicas del amor y de su imperfección humana técnicamente, porque el amor y su naturaleza antropológica no dejan otro remedio al ser que ser vulnerables y abstractos.


¿LO VES? Ves como son las voces. Ves con cuanta dulzura irracional me expreso y con cuanta odiosa realidad me expreso en otras. Voces… voces que no será posible callarlas, porque la misión, la función, el único objetivo de la voz es manifestarse. O eres voz o eres silencio. Y el silencio que enmudece la voz, es el terror de las palabras. La voz ama las palabras, pero es un amor posesivo.


La voz las agarra por la cintura y como los vampiros góticos de aquellos siglos del oscurantismo que nada de oscuro tenía, excepto por sus brujos, sus hechizos, sus magias, sus magos y la cantidad de personas que creyeron ciegamente en la maldad de todos estos; agarra entonces la voz a las palabras y las modifica, las transforma, las usa a su modo. Una relación utilitaria, sin más ni menos, es la que han forjado desde la antigüedad y más atrás la voz y las palabras, una relación utilitaria que a todos se muestra afable y admirable, por cuanto es ella quien crea nuestra persona y nos convierte en personas.


Si esto significa que tengo dobles personas en mi garganta, cualquiera creería que me he vuelto loca. Pero no es eso lo que he dicho. Lo que digo es que las voces son parte de nosotros, y juntas, todas juntas, si es que tienes una voz, nos hace ante el mundo una persona, pero no una persona más, nos hace Kala, Mary, Andreína o Indira.


Y es así como las pensantes se saben reconocer en medio de toda la discusión y es así como los pensamientos de las pensantes se saludan y se reconocen.


Sin voz, si nadie tuviera voz, el silencio no sería nada grave. Sería algo normal. Pero en una cotidianidad tan perturbadora, alguien debe gritar. Vaya… como se parece el silencio a la guerra cuando esta toma conciencia de su mortal avance.

sábado, 4 de abril de 2009

Las mariposas amarillas

“Mariposas amarillas, Mauricio Babilonia”, suele decir mi mamá cada vez que ve una mariposa amarilla. Un insecto hermoso, misterioso, que revolotea a la altura de nuestras cabezas para adivinar nuestros pensamientos.

Pero no es que esté recitando algún hechizo, ni se trata de una frase mágica de amores y pasiones. El origen de esa frase y de esta historia se remonta en los viejos tiempos en los que leyó Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez. Famoso libro, famoso escritor… pero sobre todo, buena pluma en nombre del pensamiento y del estilo latinoamericano que parece le gusta jugar con los tiempos y se las arregla para acomodarlos a su manera para crear una historia.

Al morir Mauricio Babilonia, mariposas amarillas inundaron el pueblo de Macondo. Muchos críticos de literatura aspiran a creer que la representación del espíritu de Mauricio, convertido en mariposa, se esparcía por aquel pueblo solitario para invadir su miseria y transformarla en amarilla esperanza. Yo prefiero creer que fueron miles de espíritus que reinaban en el silencio de Macondo los que acudieron a aquel pueblo aquella tarde para darle la bienvenida a Mauricio Babilonia a un nuevo reino. Y es que Macondo era una especie de ciudad de los espíritus, casi contrastando con las palabras de Allende.

Todo libro parece estar empañado por un cómplice del espíritu y lo espiritual. ¿Y cómo no va estarlo, si el pincel, la brocha,el lápiz, la pluma, se encuentran en lo profundo, en lo escondido que quiere salir y convertirse en lienzo, hoja, papel… mejor aún: HISTORIA? ¿No es la historia un conjunto de memorias? ¿No son los espíritus, memorias?

Una memoria amarilla, como las mariposas, como Macondo al atardecer…

Yo veo pasar a mi lado una mariposa amarilla. Y sonrío. Los espíritus de la historia deben saber que yo me acuerdo de ellos de vez en vez, que los veo en el presente y en las calles vacías, y los convierto en palabras con significados.

Sonríe cada vez que veas una mariposa amarilla. En su aletear se esconde el saludo de un espíritu que vaga perdido en la búsqueda de sus iguales.

lunes, 9 de marzo de 2009

¿en qué piensas?

Parece mentira que seamos tanta gente aglutinada en un mundo sin salida. TANTA GENTE. ¿Qué historias esconden esas personas? me pregunto frecuentemente mientras camino con mi música a la par, en cada oído, topándome con esas personas que desconozco. Que me desconocen. Que parecen que caminan con un cierto ritmo. Danzan, y confundo su baile secreto con la música que escucho. Y entonces, ya no estoy en este mundo. Parece que me he transportado a un mundo más encantador y realista que cualquier otro.

¿Qué leyendas han fabricado esas personas? me vuelvo a preguntar. Los entre veo, y descubro en sus miradas miles de sueños, de personalidades, de enigmas, de conflictos, de inocencias, y de culpas. No los conozco, pero creo tener la edad suficiente concedida por el tiempo y aceptada por la sociedad, para reconocer cada uno de estos sujetos del sueño y del inconsciente.
La música en mis oídos la he subido de volumen. Suena Beyond the invisible. Entonces todo lo demás se calla. Sólo veo a los carros pasar. Sé que aceleran, pero no los escucho. Las personas están charlando, pero sólo veo mover sus labios. Dos ancianos están sentados en unos bancos próximos y apaciblemente están hablando. Uno sonríe. No tiene dientes, e incluso luce más decrépito que el otro. Me pareció una escena tan pintoresca que era digna de pintar. De hecho... me parece que estoy atrapada en una pintura. Nada tiene sonido alguno. Todo es luz y colores. Y una hermosa armonía por la cual me estoy dejando persuadir está de fondo, acudiendo a mi para seducirme y entregarme en un letargo ligero y calmado.

Estoy perdida en la música. Me gusta dejarme perder en ella porque es el impulso de una armonía desconocida y de un placer exquisito lo que me lleva a hacerlo.
Pero es más divertido ir en las camionetas. Y perderse entre la ciudad a una velocidad considerable. Ves los contrastes más rápidamente. Ves a la gente caminando. Apuradita, acompañada o triste... todos llevan la vida en su caminar. Producto de un silencio interno se produce uno externo. Es así como escucho hablar a los ojos.

Pienso en cuanta cosa se nos tiene etiquetada en la mente. Y le doy miles de vueltas percatándome de cuántas veces se me pudo haber puesto una pared, me pudo haber juzgado o se me pudo haber separado de lo que quería por eso. La gente está diseñada para establecer un control tan genuino de sí misma que contradice los deseos más genuinos del ser humano. La sociedad es una contradicción del hombre.

UNAS PALABRAS DE ALLENDE

QUIERO COMPARTIR UNAS ACERTADAS Y HERMOSAS PALABRAS QUE ESCRIBIÓ EN UNA OPORTUNIDAD ISABEL ALLENDE. Es una especie de ensayo, con el cual me siento identificada de muchas maneras.
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Del Oficio de la Escritura
La escritura es para mí un intento desesperado de preservar la memoria. Soy una eterna vagabunda. Por los caminos quedan los recuerdos como desgarrados trozos de mi vestido. De tanto andar se me han desprendido las raíces primitivas. Escribo para que no me derrote el olvido y para nutrir las desnudas raíces que ahora llevo expuestas al aire.
El mío es un oficio de paciencia, silencioso y solitario. Mis nietos, que me ven ante el ordenador durante horas interminables, creen que paso castigada. ¿Por qué lo hago? No lo sé… Es una función orgánica, como el sueño o la maternidad. Contar y contar… es lo único que quiero hacer. Debo inventar muy poco, porque la realidad es siempre más espléndida que cualquier engendro de mi imaginación. En el mejor de los casos la escritura intenta dar voz a quienes no la tienen o a quienes han sido silenciados, pero cuando lo hago no me impongo la tarea de representar a nadie, trascender, dar un mensaje o explicar los misterios del universo, simplemente trato de contar en el tono de las conversaciones privadas, procurando que no se me olviden el humor y la compasión, dos ingredientes necesarios para dar vida a los personajes.

Soy afortunada, provengo de una familia extravagante. Un montón de locos deliciosos conforma nuestra pintoresca estirpe. Ellos han inspirado casi todas mis novelas. Con parientes como los míos no se necesita imaginación, ellos proveen todos los componentes del realismo mágico.

Mis libros nacen de una emoción profunda que me ha acompañado por largo tiempo. Nostalgia por Chile, mi patria a los pies del mundo, motivó "La casa de los espíritus". En esa novela quise reconstruir, desde el exilio, el país perdido después del Golpe Militar de 1973, resucitar a los muertos, reunir a los dispersos. Vivía yo en Caracas como miles de otros inmigrantes, refugiados y exilados, cuando el 8 de enero de 1981 recibí una triste noticia desde Santiago: mi abuelo, un viejo formidable que iba a cumplir los cien años, agonizaba.

Esa noche instalé en la cocina mi máquina de escribir y comencé una carta para aquel abuelo legendario. Era una carta espiritual que él jamás leería, La primera frase fue escrita en trance, mis dedos volaron sobre el teclado y antes que alcanzara a darme cuenta había escrito: Barrabás llegó a la familia por vía marítima. ¿Quién era Barrabás y por qué llegó por vía marítima? ¿Qué tenía que ver Barrabás en una carta de despedida de mi abuelo? Aún no lo sabía, pero con la confianza del ignorante seguí escribiendo sin pausa ni respiro, cada noche, sin mayor esfuerzo, como si voces secretas susurraran la historia al oído. Al cabo de un año tenía quinientas páginas sobre la mesa de la cocina. Había nacido "La casa de los espíritus". Ese Barrabás que llegó por vía marítima habría de cambiar mi destino; nada volvió a ser igual para mí después de esa frase. "La casa de los espíritus" me inició en el mundo sin retorno de la literatura.

También a partir de un sentimiento profundo escribí mi segunda novela. Indignación por la brutalidad impune de las dictaduras que asolaron nuestro sufrido continente en la década terrible de los setenta, produjo "De amor y de sombra". En esas páginas quise encontrar a los desaparecidos, enterrar sus restos con dignidad y llorar por ellos. Esa novela, escrita en el tono de una crónica periodística, está basada en un crimen político. Durante el Golpe Militar de 1973, miles de personas murieron o desaparecieron en Chile, entre ellas 15 campesinos de la localidad de Lonquén, a cincuenta kilómetros de Santiago. Mis dos primeras novelas fueron llevadas al cine. En verdad esas películas son bastante mejores que mis libros…

Mi tercera novela "Eva Luna" y mi colección de cuentos, "Cuentos de Eva Luna" son libros feministas que, estoy segura, habrían resultado insufribles sin el toque sensual e irónico del Caribe. La influencia de Venezuela, ese verde y alegre país donde viví durante trece años, los salvó de ser panfletos de liberación.
Nací en una sociedad austera. Nuestros genes de esforzados inmigrantes castellanos y vascos, nuestra sombría sangre araucana, el rigor de las abruptas cordilleras andinas y las tempestades del océano Pacífico, nos dan a los chilenos un carácter circunspecto y a veces severo. Nos tomamos muy en serio y nada nos asusta más que la posibilidad de hacer el ridículo. En Venezuela me desprendí de ese temor y de muchos otros prejuicios, aprendí a cantar, a bailar y a reírme de mí misma. El humor suele ser un arma poderosa. Por eso en "Eva Luna" y en los "Cuentos de Eva Luna" trato el feminismo con cierto desenfado, que molestó a algunas feministas de la vieja guardia. Me acusaron de traición.

El término feminista se ha desprestigiado en los últimos tiempos -no es sexy- y veo que muchas mujeres retroceden asustadas cuando lo oyen. ¡Por Dios, no vayan a pensar que no les gustan los hombres o que no se depilan las piernas! Yo anuncio con orgullo que lo soy. Desde muy joven he tenido conciencia de las diferencias y similitudes entre los sexos, de la doble moral, que coloca a las mujeres en tremenda desventaja, y del machismo imperante en nuestra cultura. He cuestionado todo: tradición, mitos, cultura, familia, leyes, religión, ciencia, en fin, todo aquello que manipulan los hombres. Supongo que la mayoría de las mujeres se siente cómoda en su condición femenina. A mí me costó cuatro décadas aceptarme, antes quería ser hombre. No era envidia freudiana ¡por favor! ¿Quién puede envidiar ese pequeño y caprichoso apéndice?

A los cuarenta y cinco años, recién divorciada de un paciente marido, que me soportó estoicamente por un cuarto de siglo, andaba yo de gira por California, cuando tropecé con William Gordon, el último heterosexual soltero de San Francisco. Ese hombre habría de darle un vuelco a mi vida y servirme de inspiración para mi quinto libro: "El plan infinito". La emoción tras este libro me temo que no tiene nada de sublime o heroico, fue pura lujuria. Cuando conocí a Willie llevaba mucho tiempo durmiendo sola. Dos o tres semanas, me parece. Le caí encima como un huracán y antes que alcanzara a darse cuenta, estaba casado y yo le estaba robando la historia de su vida para escribir una novela sobre California.
En 1991, justamente cuando presentaba "El plan infinito" en Madrid, mi hija Paula tuvo un ataque de porfiria y cayó en coma. La porfiria es una rara condición que hoy en día no tiene por qué ser mortal, pero Paula tuvo mala suerte. Por descuido médico en la Unidad de Cuidados Intensivos, mi hija sufrió daño cerebral severo. En el hospital se demoraron cinco meses en admitir lo que había sucedido. Finalmente me entregaron a Paula en estado vegetativo. La traje a nuestra casa en California, donde mi familia y yo nos turnamos para cuidarla.

Paula murió en mis brazos en la madrugada del 6 de diciembre de 1992. Ese es el golpe más brutal de mi existencia. Después de su partida un tremendo vacío ocupó la casa y mi vida; no podía entender por qué no morí con ella. Entonces llegó mi madre con la idea salvadora de que no hay que desear la muerte, porque ésta llega de todas maneras, el desafío es la vida… Colocó sobre mi mesa, junto a mis cuadernos amarillos, ciento noventa cartas que yo le había escrito durante ese año, contándole paso a paso la devastadora enfermedad de mi hija, y me dijo: toma, Isabel, lee y ordena todo esto, para que comprendas que la muerte es la única liberación posible para Paula. Hice lo que ella me pedía y poco a poco, frase a frase, lágrima a lágrima, nació otro libro, que titulé "Paula". No es una novela, sino una descarnada memoria, escrita para mi hija, como un exorcismo para vencer a la muerte. Curiosamente, no es un libro triste, es una celebración de la vida y del aventurero destino de nuestra familia. Mi abuela decía que la muerte no existe, que sólo morimos cuando nos olvidan. Mientras yo viva, Paula vivirá conmigo. ¿No es ése finalmente el propósito de la escritura? Vencer al olvido.
Mis novelas no se gestan en la mente, crecen en el vientre. No escojo el tema, el tema me escoje a mí. Mi trabajo consiste en dedicar suficiente tiempo, silencio y disciplina a la escritura para que los personajes aparezcan de cuerpo entero y hablen por sí mismos. No los invento, son criaturas que existen en otra dimensión, esperando que alguien las traiga al mundo. Soy sólo un instrumento, algo así como una radio; si logro sintonizar la frecuencia precisa, tal vez los personajes se manifiesten y me cuenten sus vidas.

Cada 8 de enero, cuando comienzo otro libro, oficio una ceremonia secreta para llamar a los espíritus del trabajo y la inspiración, luego pongo los dedos en las teclas y dejo que la primera frase se escriba sola, como en un trance, tal como se escribió Barrabás llegó por vía marítima en "La casa de los espíritus". Carezco de un plan, no sé lo que ocurrirá. Esa frase inicial entreabre una puerta por donde me asomo tímidamente a otro mundo. En los meses siguientes explorará ese territorio palabra a palabra. Los personajes, que al principio son muy borrosos, irán revelándose con sus contornos precisos, cada uno con su propia voz, su biografía, su carácter, sus mañas y grandezas, tan reales e independientes que sería inútil de mi parte tratar de controlarlos. La historia se desdoblará lentamente, un pliegue a la vez, hasta llegar a los estratos más profundos.

Sin embargo, eso no ocurrió después de la muerte de mi hija. Ningún personaje vino a golpear mi puerta. Creí que la fuente de historias -que antes me parecía inagotable- se había secado. Por tres años no pude escribir ficción. Entonces recordé que soy periodista y que si me dan un tema y tiempo para investigar, puedo escribir sobre casi cualquier cosa. Me di un tema lo más alejado posible del duelo y terminé escribiendo "Afrodita", una memoria de los sentidos. "Afrodita" es un libro sobre gula y lujuria, cocinar y amor. Ese tema, que necesariamente debía ser abordado en forma juguetona y humorística, me arrancó de la depresión; volví a mi cuerpo, a las ganas de vivir y a escribir ficción.

El 8 de enero de 1998 empecé "Hija de la fortuna", una novela cuyo tema es la libertad. La protagonista, Eliza Sommers, es una joven chilena que se embarca en 1849 en Valparaíso, para ir a la fiebre del oro en California, siguiendo a su amante, que ha partido un par de meses antes. Eliza ha sido criada como una señorita victoriana, prisionera entre las cuatro paredes de su casa. En California debe quitarse el corsé, vestirse de hombre y salir a la conquista de un mundo masculino, sin más armas que su propio coraje. Durante varios años persigue en vano la sombra de ese amante escurridizo. Por el camino Eliza Sommers adquiere algo tan precioso como el amor: adquiere la libertad.

Cuando terminé esa novela algunos lectores me escribieron diciendo que querían saber más de los protagonistas. Supongo que no les gustó el final abierto. En el 2000 escribí "Retrato en sepia", que no es una segunda parte de la novela anterior, porque puede leerse en forma independiente, pero retoma algunos personajes de ella. Es la historia de Aurora del Valle, nieta de Eliza Sommers. Esta muchacha, nacida en el barrio chino de San Francisco, sufre un trauma en la infancia y pierde la memoria de los años anteriores a ese acontecimiento. Después es adoptada por su abuela paterna y le tocará hacer el viaje inverso de su abuela Eliza Sommers, tendrá que ir de California a Chile. La novela transcurre principalmente durante los últimos treinta años del siglo XIX, una época muy interesante en Chile. En ese tiempo hubo varias guerras y una sangrienta revolución, creo que entonces se formó el carácter nacional. El tema de esta novela es la memoria, tema recurrente y fundamental en mi propia vida.

En este libro retomé también algunos personajes de mi primera novela, "La casa de los espíritus", creando así una trilogía con los tres libros, primero "Hija de la fortuna", segundo "Retrato en sepia" y tercero "La casa de los espíritus".

Mi libro más reciente es "La ciudad de las bestias", una historia de aventuras y de magia situada en el Amazonas. Esta vez espero que mis lectores sean niños y jóvenes. Después de haber escrito dos largas novelas históricas, necesitaba recobrar la libertad juguetona de la infancia, soltarme, agilizar la pluma, ejercitar la imaginación. ¿Qué mejor entonces que un libro para niños? Nunca me había divertido tanto escribiendo como en esta ocasión. Espero que los personajes de "La ciudad de las bestias" vuelvan a acompañarme en otros libros y en otras aventuras.
Los acontecimientos y la gente que he conocido en el viaje de mi vida son mi única fuente de inspiración. Por lo mismo trato de vivir con pasión, expuesta a todos los vientos y sin miedo a los dolores inevitables. Las experiencias de hoy son mis recuerdos del mañana y serán mi pasado, la sal de mi existencia. Si pretendiera una vida segura no podría escribir: ¿qué contaría? Mi memoria está hecha de aventuras, amores, sufrimientos, separaciones, cantos y lágrimas. Las pequeñeces cotidianas han desaparecido. Al mirar hacia atrás tengo la impresión de haber protagonizado un melodrama, pero puede no ser verdad: la imaginación me traiciona. Paso tantas horas callada y a solas, que la realidad se me desdibuja y termino oyendo voces, viendo fantasmas e inventándome yo misma. El tiempo se me enreda y empieza a caminar en círculos. He vivido lo suficiente para ver la relación entre los acontecimientos y comprobar que los círculos se cierran. Piso con mucho cuidado porque se me ocurre que cada acto, cada palabra, cada intención obedece, tiene importancia en el diseño final de la existencia. Tal vez el tiempo no pasa, sino que nosotros pasamos a través del tiempo. Tal vez el espacio está lleno de presencias de todas las eras, como decía mi abuela, y todo lo que ha sucedido y lo que sucederá coexiste en un presente eterno. En pocas palabras: creo que todo es posible.

En todo caso, ahora que he alcanzado una edad respetable, observo mi pasado con una sonrisa y la muerte inevitable con gran curiosidad. No hay nada tan liberador como la edad… y como el dolor. No tengo planes, deseos, temores ni remordimientos: puedo escribir en plena libertad.
Isabel Allende
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PD: Les recomiendo muchísimo esa página a todos los espíritus de pluma, tinta y papel.

martes, 17 de febrero de 2009

Un corazón que piensa


Tengo miedo de lo que pueda pasar de ahora en adelante. Es un miedo que nació cuando nació la necesidad de este vínculo. Cuando se hizo más fuerte. Cuando las miradas fueron entonces enormes lapsos de tiempo intentando descubrir las mismas preguntas.

Más que miedo, es como una angustia paciente. Como un rugido mudo. Como un defecto de fábrica que trae la confianza. Porque no nos enseñan a confiar en aquello que desconocemos. Y por eso existen personas valientes. Y la palabra "valor" tiene un significado en la vida del ser humano. ¿Los tímidos serán entonces también algo significante?

Me declaro tímida ante el futuro. Me aterra y me gusta. Me intimida. Presa de mis propias consecuencias, aún éstas están sujetas a las probabilidades. ¿Existe entonces un destino? Si es así entonces estamos en desventaja. Sólo tenemos una opción: caminar contra la corriente y llegar cansados a una meta absurda. Lo que tiene que pasar pasará por algo, aunque no soy partidaria de la negligencia, hay que admitir el poder del destino. Uno hace lo que puede. Y él también. Parte y parte, así nos dividimos la carga de la vida.

Mientras tanto, si retomamos las palabras iniciales de este pensamiento (¿o estos pensamientos?) quiero continuar contigo, porque aunque no puedo predecir qué pasará, ni puedo controlar el destino, y ni siquiera puedo definirlo, tengo el poder suficiente para conducir mis deseos.

Quiero olvidar que tengo miedo.

domingo, 1 de febrero de 2009

Te LLAMAS DAVID (carta personal a un filósofo frustrado)



No hay nada tan aplastante que conversar contigo.

Digo,
eres mi amigo,
pero te las ingenias para darme malentendidos
te gusta tener la razón,
y cada afirmación
convertirla en desafío.

Tu soberbia me empalaga de aciertos,

porque pareciera que siempre dices lo correcto.

Te preocupas por mí,
pero dudas en aceptarlo
no quieres parecer débil
no quieres dejar de ser tú
y por eso, terminas viéndote más falso.

Déjame darte un consejo antes de que cometas un grave error
nunca dejes de ser tu mismo,
pero vive la vida cerca de los abismos
siente la brisa que te empuja
siente la magia que te embruja
siente que algo va a pasar
algo que no has de planificar.