Existen cosas que muchas veces me angustian. Pero nada es más angustiante que el día en que, mientras estoy sentada, me pregunto si soy lo suficientemente capaz de albergar el poder transformador de la palabra.
La palabra posee un poder compartido. De lo contrario la palabra se consume y no existe. Es un 50/50. Me pregunto si estaré haciendo bien mi mitad. Esa mitad donde uno debe saber oír y escuchar al mundo y sus secretos, sus quejas, sus historias... y plasmarlas con la misma pureza con la cual fueron confiadas. Esa pureza que brilla en los ojos de quien la ve y la siente mientras está leyendo.
ME ANGUSTIA que un día, que en un segundo, que en algún momento, mis pensamientos sean tan veloces que se me escapen antes de retenerlos forzadamente en el papel. Los obligo a permanecer allí, pero al final es una unión placentera, melódica, justa, natural. Como un paisaje de Van Gogh o Cezzane. Fresco y cuidadosamente sentido.
Me angustia pensar que un día me detenga, y no pueda manipular el destino para lograr tal comunión amistosa y pasional entre papel y palabra. Que sea yo el obstáculo que frene el vínculo necesario entre el cincel, la piedra y la palabra. ¡ANGUSTIA! Sagrada angustia que me hace escribir más rápido y observar con más detalle. De pensar sin fronteras, de tener ganas de hacerme alas de papel.
DE SER MEJOR PARA LA PALABRA.