La mirada corría por los umbrales más oscuros, se dejaba llevar por una imaginación macabra, se escondía entre los tapetes y se dejaba ver sólo con la odiada, sentada al otro lado de sala, la que tenía en su mano el puñado de hombres robados.
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Crueles, bellos, cruentos... se levantan para hacerme ver pequeña, muy pequeña.