Por momentos creyó quererlo, casi como suyo, casi como su único placer culposo. Los dolores de cabeza eran cada vez más frecuentes y las ganas de olvidarse se convirtieron en recurrentes deseos. "Entender", decía.
Finalmente, y con un enorme pesar, concluyó que cada pedazo de carne, cada lastimoso suspiro, cada plato devorado, era un capricho. Un capricho que se negaba a querer. Un hombre casi cosa, de una mujer casi todo.
Finalmente, y con un enorme pesar, concluyó que cada pedazo de carne, cada lastimoso suspiro, cada plato devorado, era un capricho. Un capricho que se negaba a querer. Un hombre casi cosa, de una mujer casi todo.