-¡Hola!
-¡Hey! Despierto a esta hora?
-Sip
Lucila se quedó con las ideas cortas y cerró la laptop. No le pareció oportuno volver a repetir los chistes malos,que malamente le hacían reír de mentiritas. "Jajajaja" pondría en la siguiente línea, y pronto debía aceptar que era una tipa aburrida. No, no pasaría por eso de nuevo. Estaba resuelta a seguir las pistas de aquel desconocido desde otro ángulo, uno más favorable, donde pudiera encontrar su verdadero fuerte: el gesto.
Se fue a dormir sin mucho que decirse a sí misma, y se sintió agotada. "Tal vez mañana..." se repitió unas 30 veces antes de cerrar por completo los ojos y dejarse llevar por el sueño. Un sonido repentino, que provenía de su cartera, la asustó y como si se tratase de una urgencia mental tomó el aparato infernal y selló para siempre su voz. "No quiero saber nada... Tal vez mañana"...
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La saludó como un cortocircuito. ¡Bizp, bizp, bizp! ¡Zap! y no hubo más que humo en la sala. Se levantó de su asiento, para comprobar que aún la miraba... pero ya había desparecido y las chispas dejaron de volar por el aire. "Bueno, tal vez mañana..." comenzó a pensar en voz alta cuando la voz devolvió la electricidad al cuerpo nervioso y petulante que solo podía pensar en un futuro sin promesas...
-Tal vez mañana no es suficiente Lucila.
-Pero es lo que tengo.
-Es lo que pierdes.
Dejó una rosa en el escritorio.
La miró con preocupación. "¿Es una señal o un desencanto?", se preguntó, y sin fuerzas para coquetear solo se estiró en su silla y se quedó allí para siempre.
Años más tarde, cuando conoció a Mesco, un joven argentino que escribía historietas para el diario de la región, se despertó del ensueño y en un arrebato de desespero le aventó un beso. "Es lo que pierdes", sentenció, y miró sin pensarlo al escritorio vacío de su primer no amor y se dio cuenta de que ya era muy tarde para las conexiones, el humo, el bizp y el zap.
Y renunció a querer. No quería de verdad a Mesco, tampoco parecía querer a nadie más.
La última vez que se le vio, tomaba un café en una plaza del mercado.
Se dio cuenta de que la veían con deseo, y se perdió en la multitud como una sombra asustada.